martes, 31 de marzo de 2009

Coliseo



Creo que son sonidos metálicos.

Me concentro. Pongo mis cinco sentidos en ello. Y sí. Ahora son más nítidos y lo tengo claro. Son ruidos de metales golpeándose entre sí.

El tiempo se hace eterno y siento que algo está a punto de suceder.

De repente….. gritos. Agudizo el oído. Sí. Definitivamente son gritos.

Uno es de placer. De victoria. De salvación. De triunfo. De vida. De pura vida.

El otro es de dolor. De agonía. De fracaso. De despedida. De muerte.

Algo se me remueve por dentro y un fuerte escalofrío me recorre el cuerpo.

Y entonces los gritos son ahogados por la muchedumbre que ruge de placer. El éxtasis es total.

Mi capa escarlata acaricia mis hombros y una gota de sudor recorre mi frente. Una de sangre resbala por mis dedos y cae sobre la arena. Me tiemblan las piernas.

Mi lanza de espartano se alza desafiante sobre el cadáver de mi enemigo. El público sigue rugiendo disfrutando de este espectáculo de dolor ajeno.

La lucha ha sido feroz. Intensa. Cruel.

He viajado miles de kilómetros y varios siglos en el tiempo para llegar hasta aquí.

¿Dónde estoy?

Trato de ordenar las ideas, pero la adrenalina corriendo por mis venas y mi corazón latiendo a mil por hora me lo impiden.

Un enorme coliseo se alza sobre mí y sobre los restos de mi oponente. Me siento poderoso y quiero vivir este momento para siempre.

He terminado mi séptimo maratón y mi viejo enemigo yace muerto a mis pies una vez más. La Roma Imperial observa la escena desde lo alto de su milenario coliseo.

Los gritos del populacho se hacen cada vez más lejanos. Estoy agotado. Desfallecido. Mi corazón de espartano me pide un descanso.

La batalla final me espera a la vuelta de la esquina.