21 de agosto, Trabadelo – La Portela de Valcarce – Ambasmestas – Vega de Valcarce – Ruitelán – Herrerias – La Faba – Laguna de Castilla – O Cebreiro – Liñares – Hospital da Condesa – Padornelo – Alto do Poio – Fonfría – Viduedo – Filloval – As Pasantes – Ramil – Triacastela (42 kms)
El día amaneció frío. Gris. Lluvioso.
Una vez más salí el último del albergue. A los italianos los había oído marcharse sobre las 5 de la mañana. Para mi las 8:30 ya era lo suficientemente temprano.
La primera hora del día no auguraba buenas cosas. La rodilla se quejaba constantemente y por mi cabeza pasaban pensamientos sobre posponer el final del Camino para mejor ocasión.
Llegando a Vega de Valcarce decidí parar a desayunar. El destino me llevó a una acogedora y cálida panadería-cafetería. Un sitio donde me hubiera quedado toda la mañana. Un gran contraste entre la lluvia de fuera y el calor de dentro con el trato familiar de la mujer que regentaba el garito. Un sitio espectacular al que pienso volver algún día a tomarme otro café.
Allí conocí a unos chicos de Mataró, maratonianos ellos, con los que iba a coincidir en multitud de ocasiones en los días posteriores.
No sé si fue el café. No sé si fue el bollo de chocolate. No sé si fue el buen rollo de aquel sitio. No sé que fue, pero lo cierto es que cuando reanudé la marcha el dolor de la rodilla se había convertido en una ligera molestia, que poco a poco fue remitiendo hasta desaparecer por completo. Misterios del cuerpo humano, oiga.
Ese día me sentí fuerte. Creo que fue la primera etapa que hice sin ningún dolor. Eso y el hecho de ser la etapa más bonita de todas hacen que tenga un gran recuerdo de este día.
Pasado el pueblo de Las Herrerias y el Hospital Inglés me tocaba enfrentarme a la subida a O Cebreiro. Una subida preciosa, pero dura. Una subida que te lleva desde algo más de 600 metros de altura hasta los 1500 de la cumbre en apenas 8 kms de ascensión. Una subida impresionante que recomiendo a todo el mundo, independientemente de que uno esté o no peregrinando a Santiago.
La hice del tirón, disfrutando de la montaña como en la vida.
Poco antes de llegar arriba se encuentra el mojón que te indica que estás entrando en Galicia. Atrás dejaba más de 150 kms caminados a través de la provincia de León. Por allí cerca me paré y me tumbé a observar el espectacular paisaje que tenía delante. A veces por pasar tan deprisa por los sitios creo que me he perdido cosas, pero ésta no quería que fuera una de ellas.
Difícil describir ese cuarto de hora de soledad allí tirado, disfrutando del momento. Lejos de cualquier problema de la vida cotidiana. De cualquier mal rollo. Lejos de cualquier civilización. Soledad solo rota de vez en cuando por algún peregrino y su lento caminar camino de la cumbre.
Una vez arriba no me detuve y continué con intención de llegar a comer al Alto do Poio, antes de iniciar la bajada de la que Josero me había prevenido como muy dura para las piernas.
En apenas hora y media cubrí los 8 kms que separan O Cebreiro del Alto do Poio en compañía de un italiano muy majete. Alberto se tenía que llamar.
El italiano decidió quedarse allí a hacer noche y yo busqué el único sitio que había para comerme un bocadillo.
Allí, en un sitio realmente confortable y al abrigo de las inclemencias del tiempo, compartí mesa y conversación con una pareja de alemanes que se sorprendieron enormemente cuando les dije que mi intención era llegar ese mismo día hasta Triacastela.
Los 13 kms de bajada fueron lo más duro del día. Cuando llevas las piernas reventadas y te metes un desnivel tan fuerte hacia abajo las patas protestan sin parar.
Al llegar al pueblo de Filloval decidí parar a tomarme un café. Allí conocí dos chicas españolas: Eva y Lucía. Muy majas ellas. Al final, la parada que pretendía ser de 10 minutos se alargó hasta casi una hora.
Llegué al albergue de Triacastela pasadas las seis de la tarde y con un palizón encima impresionante. ¡¡Casi no puedo ni subir las escaleras hacia mi habitación!!
Después de ducharme, hacer un poco la colada y visitar el cuarto de internet me encontré de nuevo con Eva y Lucía. Me dio mucha alegría verlas porque cuando me despedí de ellas un par de horas antes pensé que nunca más las volvería a ver.
Cenamos los tres juntos y entre charlas y cigarros nos dieron la una de la mañana en el salón del albergue (si tenemos en cuenta que en mi habitación a las 8 de la tarde estaban ya todos durmiendo con la luz apagada se entiende que estamos hablando de horas intempestivas).
Santiago cada vez se sentía más cerca.
En las fotos: paisaje desde el mítico O Cebreiro y El templo de Santa María A Real de O Cebreiro, la iglesia más antigua del Camino de Santiago, construida a mediados del Siglo IX por los monjes benedictinos.
3 comentarios:
¿he leído cigarros????????????...lo tuyo es de vicio total!!!...
Bueno, ya superado O Cebreiro, me imagino que el resto ya te sería más fácil...ah, no!...que tú eres de los raritos que disfrutan cuando el camino es más duro, cuando corren con resaca o cuando no saben si van a ser capaces de acabar algo...
Besitos.
Por cierto...avisame de cuando sigues, a ver si voy a volver cuando tengas otra vez tropecientas entradas!!!!
más besos.
Sí, unos cigarritos para celebrar un día tan cojonudo. Algún placer me tenía que dar, que no todo en la vida va a ser sufrir y sufrir. ;-P
Besos.
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