martes, 31 de marzo de 2009

Coliseo



Creo que son sonidos metálicos.

Me concentro. Pongo mis cinco sentidos en ello. Y sí. Ahora son más nítidos y lo tengo claro. Son ruidos de metales golpeándose entre sí.

El tiempo se hace eterno y siento que algo está a punto de suceder.

De repente….. gritos. Agudizo el oído. Sí. Definitivamente son gritos.

Uno es de placer. De victoria. De salvación. De triunfo. De vida. De pura vida.

El otro es de dolor. De agonía. De fracaso. De despedida. De muerte.

Algo se me remueve por dentro y un fuerte escalofrío me recorre el cuerpo.

Y entonces los gritos son ahogados por la muchedumbre que ruge de placer. El éxtasis es total.

Mi capa escarlata acaricia mis hombros y una gota de sudor recorre mi frente. Una de sangre resbala por mis dedos y cae sobre la arena. Me tiemblan las piernas.

Mi lanza de espartano se alza desafiante sobre el cadáver de mi enemigo. El público sigue rugiendo disfrutando de este espectáculo de dolor ajeno.

La lucha ha sido feroz. Intensa. Cruel.

He viajado miles de kilómetros y varios siglos en el tiempo para llegar hasta aquí.

¿Dónde estoy?

Trato de ordenar las ideas, pero la adrenalina corriendo por mis venas y mi corazón latiendo a mil por hora me lo impiden.

Un enorme coliseo se alza sobre mí y sobre los restos de mi oponente. Me siento poderoso y quiero vivir este momento para siempre.

He terminado mi séptimo maratón y mi viejo enemigo yace muerto a mis pies una vez más. La Roma Imperial observa la escena desde lo alto de su milenario coliseo.

Los gritos del populacho se hacen cada vez más lejanos. Estoy agotado. Desfallecido. Mi corazón de espartano me pide un descanso.

La batalla final me espera a la vuelta de la esquina.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El tipo del rostro afilado


A continuación copio y pego la crónica de mi sexto maratón, corrido esta misma mañana por las calles de San Sebastián.

Antes de comenzar a leer, debo advertir al lector que esta crónica ha sido escrita muy pocas horas después de finalizar la prueba y por tanto claramente realizada bajo los efectos de una importante sobredosis de endorfinas. Es por ello que tal vez el autor (mismamente yo) haya tenido una visión ligeramente alterada de los hechos y de cómo sucedieron en la realidad.

O tal vez no.

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Hace tan solo unas horas...

Sí, apenas unas horas han pasado desde que crucé la meta de esta carrera.

Horas.

Un tiempo insuficiente para borrar de mi cabeza ese torbellino de sensaciones, alegrías, sentimientos y miserias espachurrados en el alma en el corto espacio de tiempo que separa dos líneas. La línea de salida. La línea de meta.

Escribo esta crónica desde el vagón de un tren que devuelve a casa a una persona feliz. Agotada. Cambiada para siempre por una nueva e intensa experiencia vital.

Empecé a correr este maratón una calurosa tarde de Junio. En un atasco, volviendo a casa del trabajo, una idea cruzó mi mente, “quiero correr un maratón antes de que acabe el año”

Y la idea vino para quedarse. No hizo ni falta salir del atasco para tener tomada la decisión del donde y el cuando. Donosti. 30 de Noviembre.

Cinco meses han pasado desde entonces. Cinco meses de ilusión, nervios, dudas y entrenamientos. Cinco meses corriendo esta carrera. En infinidad de ocasiones. En mi imaginación. Unas veces con final feliz. Otras no tanto.

Pero por mucho que uno imagine las cosas al final siempre está el destino preparado para sorprendernos.

No llovía ni soplaba el viento en ninguna de todas aquellas veces en que había corrido esta carrera en mi imaginación. Y sin embargo Eolo, sin yo saberlo, también había sacado dorsal para Donosti.

No comentaré nada en esta crónica de los dos estupendos días vividos en esta maravillosa ciudad, ni de los amigos con los que he compartido semejante experiencia.



Nueve de la mañana. Sopla fuerte el viento y el cielo amenaza con desplomarse sobre nuestras cabezas.

Tres mil corredores. Tres mil ilusiones.

Todos allí agrupados esperando que empiece la fiesta. Y en ese momento le veo por primera vez. En medio de la muchedumbre unos ojos me observan. Se clavan en mí.

Es un tipo de rostro afilado. Desafiante. Chulo. Tiene cara de hijoputa. Y estoy seguro de haberle visto antes, pero... ¿dónde?. No lo sé, pero me acordaré.

Retiro mi mirada de la suya. No quiero pensar en él. Ahora no. Quiero centrarme en las tres únicas cosas que en estos momentos deben de ocupar todos mis pensamientos.

Primera: un ritmo. Tatuado a fuego en mi mente. 5 minutos cada kilómetro. Ese ritmo memorizado en las últimas carreras y entrenamientos.

Segunda: un tiempo límite. 210 minutos. 3 horas y 30 minutos.

Tercera: una idea. Hoy voy a correr hasta reventar.



Mis piernas han empezado a moverse.

En los primeros kilómetros trato de quitarme los nervios y meterme en un buen grupo que me proteja del azote del viento. He decidido tratar de mantener el ritmo tatuado en mi mente pero no mirar el crono.

Al paso por el km.10 lo hago por primera vez y lo pico en 49:41. He clavado el ritmo y voy realmente cómodo pero sé que esto es muy largo.

A partir de aquí pasamos por el casco viejo de la ciudad donde la animación es espectacular. Pero el momento mágico de esta carrera es el primer paso por La Concha, donde el mar embravecido rompe con fuerza contra las rocas. Esa imagen de la espuma de las olas sobre las rocas mezclándose con el sonido de miles de zapatillas golpeando contra el asfalto será posiblemente el recuerdo imborrable que me llevaré de aquí para siempre.

Al paso por la media miro de nuevo el crono y me asusto al ver que marca 1:43:35. Estoy yendo un poco más rápido de lo pactado y me da miedo darme de bruces contra el famoso y temido muro.

Y es entonces, cuando los miedos asoman por primera vez, el momento en que le vuelvo a ver. Había notado su presencia en diferentes momentos de los últimos kilómetros, pero no había conseguido verle.

Ahora sí. El tipo me mira desde una esquina. Se ríe a grandes carcajadas y me hace un gesto con el pulgar hacia abajo.

Yo le contesto con el dedo índice hacia arriba.

A estas alturas ya ha empezado a llover. A ratos con fuerza. Pero no me importa. He venido aquí a correr y no a quejarme de los elementos.

Acercándome al km.30 el tipo sale de entre el público y de un salto se me sube a la chepa.

Intento zafarme de él, pero se agarra con uñas y dientes.

Le insulto. Le grito. Le llamo de todo. Pero el tipo no para de reír y patalear de placer. Disfruta su momento.

Su peso sobre mi espalda me obliga a bajar ligeramente el ritmo.

Pero al paso por el 35, al fin, con un brusco movimiento, consigo deshacerme de él. El tipo de rostro afilado cae de espaldas y se queda en el suelo mirándome con cara de sorpresa.

Y entonces soy yo el que suelta una profunda carcajada al ver su cara de enorme decepción.

Estamos entrando de nuevo en el casco viejo y ya sé que esta carrera será muy pronto una nueva muesca en mis zapatillas.

Escucho gritos. Gente que me anima por mi nombre. Pero ahora ya no veo sus caras. Solo mi sufrimiento, mi respiración agitada, mis doloridas piernas y mis zapatillas forman parte de mi mundo.

Todo lo demás ha dejado de existir. Conozco este mundo. Ya he pasado antes por aquí. Sé que el camino del maratón es un viaje al más profundo de los infiernos. Al más cruel. Allí donde se esconde la escalera que sube directamente al paraíso.

Y el paraíso aquí tiene forma de estadio. Estadio al que entro como un cohete. Ahora mis pies han dejado de tocar el suelo. Estoy levitando sobre la pista de atletismo.

Mientras veo el arco de meta a lo lejos me pregunto si existe algo en el mundo que me guste más que correr.

Y no soy capaz de encontrar una respuesta.

Y entonces le vuelvo a ver.

Pálido. Serio. Con la mirada clavada en mí.

Levanto los brazos., le miro a los ojos y cruzo la meta de esta maravillosa carrera.

Han sido 3 horas, 30 minutos y 5 segundos de eterno placer.

Me dejo caer en el suelo. Quiero vivir intensamente este momento aquí tumbado.

Estoy feliz.

¿Acaso no lleva siglos el hombre preguntándose el porque de su existencia? Pues en este momento lo tengo claro. Estamos aquí para poder vivir ESTO.

Y mientras pienso en ello noto una presencia junto a mi. Me giro y le veo allí. Sentado a mi lado. Me observa con solemnidad.

Antes de poder recriminarle nada de su comportamiento el tipo extiende su mano hacia mí. Con las pocas fuerzas que me quedan se la estrecho fuertemente.

Ahora ya sé quien es. Ahora puedo recordar muy bien donde le había visto antes.

“¡Enhorabuena! Esta vez has ganado tú”, me dice.

Y sonriendo por primera vez añade: “¿Acaso no te sientes ahora el tío más grande del mundo?”

“Claro que sí, Sr. Maratón. CLARO QUE SI”

lunes, 4 de agosto de 2008

lunes, 2 de junio de 2008

Chispas

"Tu primera amiga, chispas, tu primera colonia, chispas...."

Así rezaba un anuncio televisivo de mi infancia. Pues bien, el pasado sábado no estrené amiga ni colonia, pero si condición de duatleta. Mi primer duatlón, chispas.

No es que el duatlón, que era en realidad un duatlón-cross, se llamara como aquella fragancia de la infancia. No. Las chispas en este caso eran las que echaban mis gemelos tratando de mover los pedales de la bici por aquellas cuestas inhumanas.

Todo había empezado un par de semanas antes con una llamada de teléfono:

"Oye Teto, soy Marcos. He visto que hay un duatlón de montaña en un pueblo llamado Valmojado. El circuito es prácticamente llano y la inscripción gratuita. ¿Te apuntas?"
"Bueno, vale"

¿¿¿¡¡¡¡Prácticamente llano!!!!??? ¡¡Por los cojones!!

Cierto es que la información de la prueba anunciaba un circuito "practicamente llano". Supongo que reclamo publicitario para criaturas inocentes como este que escribe.

Y así es como me deje engañar para presentarme a media tarde en ese pueblo situado a mitad de camino entre Madrid y Toledo.

Me acompañaba mi bici de montaña, con la que no acabo de llevarme bien del todo y con la que solamente he tenido "relaciones" un par de veces en los últimos tropecientos años.

Fue llegar al pueblo y comprender que el nombre del mismo parecía una ironía del destino. ¡Vaya forma de llover! ¡Que tormentón! Valmojado sí, pero mojado mojado. Mojado de verdad.

La primera parte de la prueba consistía en correr 5 kms por un terreno de duro perfil y suelo embarrado. Supongo que de ahí venía lo de "cross".
Esta fue la mejor parte del día porque me encontré muy bien corriendo y con la impresión de ir más cerca de los de cabeza que en las tradicionales carreras populares.

Pero fue hacer la transición correr-bici y empezar a sentirme fuera de sitio. En las cuestas arriba atravesado con los cambios y los pedales y en las cuestas abajo con más miedo que vergüenza.

Por la derecha. Por la izquierda. Me adelantaban bicis por todas partes.

"¿Pero de donde ha salido tanto ciclista si en la salida peracíamos cuatro gatos?"
Solo me quedaba el consuelo de pensar que al menos todos esos indurains corrían menos que yo.

Y en eso ocupaba mis pensamientos cuando... ¡¡¡raaaasssss!!! Se me sube el gemelo de la pierna derecha.

¡¡Suputamadre!! ¡¡Que dolor!! Me tiré de la bici abajo y empecé a estirar la pierna intentando que todos los músculos volvieran a su sitio. Pero nada, fue subirme de nuevo a mi vieja enemiga y... ¡¡¡raaaassssss!!! Se repite la historia pero con el gemelo de la otra pierna.

La bici por un lado, yo por otro.... y mis gritos de dolor que se debieron de escuchar hasta en Sebastopol.

El simple gesto de ponerme de puntillas para intentar colocar de nuevo el culo encima del sillín era suficiente para ponerme, cada vez que lo intentaba, las bolas a la altura de las rodillas. Y no me refiero a las bolas propias de los machos de la especie sino a las otras.

"Mi primer abandono, chispas", pensé.

Pero finalmente, con mucha paciencia y cuidado conseguí volver a subirme al maldito hierro con pedales, meter plato pequeño, piñón grande y silvando la canción de Verano Azul completar los más de 5 kms que aún me separaban de la segunda transición.

Los dos kilómetros finales de carrera a pie al menos sirvieron para adelantar, a pesar del horrible dolor que llevaba en los gemelos, a 5 ó 6 participantes y evitar de esa manera la deshonrosa última posición (después descubriría que increiblemente aún quedaban unos cuantos por detrás).

Está claro que si comparo mi nivel corriendo con mi nivel pedaleando me puedo considerar perfectamente la reencarnación del mismisimo Emil Zatopeck. Pero claro, si pienso que como corredor estoy entre mediocre y malo, pues.... ¿dónde queda mi nivel como ciclista?

Ya me puedo ir poniendo las pilas con la bici en los próximos once meses o el reto de Barcelona acabará en tragedia griega.

Finalmente cruce la linea de meta en 1:36:14 ante las miradas de los ya frescos Txunda, Javi y Marcos que parecían decir algo así como:

"¿Dónde coño te habías metido?"

viernes, 23 de mayo de 2008

El reto




Dicen que para poder vivir necesitamos el aire que respiramos, el alimento que nos da sustento, el agua….. la luz del sol…

Pero es que yo, además de todo eso, necesito retos para sobrevivir. Sí. Retos. Y no me refiero a esos retos abstractos que todo ser humano persigue a lo largo de su vida: la felicidad, el amor…. No, no. Me refiero a retos concretos. Retos con una fecha y una hora.

Ya en mis años de estudiante de ingeniería los exámenes eran los retos que mantenían encendida la llama.

Yo las clases no las pisaba. Desde 2º curso hasta 6º la única estancia que pisé de la universidad fue el bar. De las caras de los camareros me sabía cada pequeño detalle, pero las de los profesores no me resultaban ni medianamente familiares.

Allí, entre cervezas, cigarros, copas y naipes transcurrían los meses de invierno sin mayores preocupaciones que las propias de la edad: ¿a que hora he quedado el viernes? ¿me mirara aquella chica al pasar? ¿llegaré a tiempo a la fiesta de biológicas? ¿por qué no han inventado algo definitivo contra las resacas?.....

Pero era, cada año, a la vuelta de Semana Santa, cuando los exámenes de final de curso aparecían en el horizonte augurando una tragedia griega de tintes dramáticos. Y era entonces, cuando un día volvía a casa con el maletero del coche lleno de miles de folios fotocopiados de aquello que mis compañeros llamaban “apuntes” y con varios miles de pesetas menos en los bolsillos (creo que el dueño de aquella tienda de fotocopias aumento el tamaño del local financiando toda la obra gracias a mi arrastrada forma de vida)

El reto viajaba en el maletero de mi coche. Un reto inmenso. Prácticamente imposible de asumir.

Sí. Tenía dos meses para aprobar aquellas asignaturas que mis compañeros llevaban estudiando durante meses, acudiendo a clase cada día, completando su formación con academias privadas… Asignaturas de las que en muchos casos desconocía el mismo nombre o sobre que versaban.

Y sí. Era entonces cuando me despedía de mis amigos como si fuera un soldado que partiera hacia el frente. “Nos vemos en Julio”, les decía.

Y así era. Durante los dos meses y medio posteriores a dicha despedida no hacía otra cosa que no fuera estudiar. Ni cine, ni televisión, ni amigos, ni bares, ni fiestas, ni ….. ni nada. Solamente yo, una biblioteca, mis apuntes fotocopiados y muchas jornadas maratonianas de estudio. Había días que ni desayuno, ni comida ni nada de nada.

Algo completamente obsesivo que en manos de un especialista en las cosas de la cabeza hubiera dado, seguramente, con mis huesos en una de esas habitaciones de paredes blancas y silencios eternos.

Aquella necesidad de aprobar aquellos exámenes no respondía básicamente a todo aquello de labrarse un futuro, ser un hombre de provecho, blablabla…. No. Tenía más que ver con la necesidad de enfrentarme a algo aparentemente imposible de lograr. ¿Cómo iba a ser capaz de estudiarme en dos semanas algo a lo que se suponía que había que dedicarle meses o años? ¿Sería capaz de formar parte del 20% de alumnos que aprobarían la asignatura X sin ni siquiera conocer la situación física del departamento o el careto del catedrático?

Ni que decir tiene que en muchas ocasiones el reto no llegaba a buen puerto y se acababa trasladando para el mes de Septiembre o el año siguiente.

No mucho tiempo después de acabar mis estudios me puse a correr. Y a pesar de no ser capaz de aguantar más de 15 minutos seguidos de trote cochinero ya tenía en la cabeza la idea de acabar algún día un maratón. Tenía la necesidad de cubrir ese hueco que los retos académicos habían dejado en mi espíritu.

¿Necesidad de demostrarme algo a mi mismo? ¿Exteriorización de todas mis inseguridades? Seguro que algo de eso es. Ya le preguntaré a mi psicoanalista…. cuando lo tenga (que espero sea un día no muy lejano en el tiempo)

Y en esas estamos.

¿Qué a que viene todo este rollo patatero que acabo de soltar??

Pues a que mi adicción a ponerme metas difíciles ha dado un paso más allá y esta tarde he encontrado una nueva en el horizonte.

Será en Barcelona. Dentro de 350 días. Medio Ironman Challenger de Barcelona o lo que es lo mismo 1900 metros nadando + 90 kms en bici + 21,1 corriendo.

Todo ello previo paso por el maratón de Donosti antes de que acabe el año (también lo he decidido esta tarde) y donde el reto será bajar de las 3:30.

¿Quién dijo miedo?

YO NO.

domingo, 13 de abril de 2008

Ironman, resaca y marlboro




Soñar es libre. Y gratis. Así que, ¿por qué no hacerlo?

Pues resulta que, como una reencarnación del mismísimo Martín Luther King, anoche tuve un sueño.

Soñé que acababa un Ironman.

Hace algún tiempo que no puedo evitar que mis dedos tecleen la palabra “ironman” cuando aparece la página de google en mi pantalla, que mis ojos busquen la portada de “finisher” al pasar por delante de un kiosko o que nombres como Eneko Llanos, Chris McCormack o Marcel Zamora ronden por mi cabeza.

Pensándolo fríamente la conclusión podría ser rápida y contundente: imposible.

¿Pero no dicen los de Adidas que “impossible is nothing”? Además, ¿acaso no era para mi igual de imposible acabar un maratón el día que, por primera vez, salí a la calle dispuesto a correr y aguanté la “estratosférica” cantidad de 8 minutos hasta que me paré asfixiado, colorado y con ganas de vomitar?

Pero el sueño no ha durado demasiado. El taladro que amenazaba con reventarme la cabeza me ha despertado temprano. Creo que ayer me pasé con el ron y los marlboros.

Esta maldita resaca amenaza con arruinarme el día. No paro de toser. Maldito tabaco.

Me preocupa el haber ido, poco a poco, bajando la guardia con ese fantástico vicio del fumar y haberme convertido en ex-exfumador. Vamos, antiguo exfumador o fumador propiamente dicho. Me jode pensar que él es más fuerte que yo y que sin darme cuenta me ha vuelto a conquistar para su causa.

Así que, mientras el taladro seguía girando a mil revoluciones por minuto, la parte de mi cerebro que aun se mantenía mínimamente operativa se preguntaba: “¿cómo podré vencer al Sr.Ironman si no soy capaz de hacerlo con el Sr.Marlboro?”

Roma no se conquistó en dos días. Paso a paso. Mi primer paso para derrotar al primero será hacerlo con el segundo.

La fecha del 12 de Abril del 2008 (inicio de un contador que pondré en este mismo blog) será el comienzo de la conquista de la batalla final que pronostico para el 2012.

martes, 8 de abril de 2008

Siempre nos quedará PARÍS




Bueno, pues aquí estoy delante del ordenador dispuesto a escribir la crónica de mi quinto maratón, el de París, mi segundo fuera de la piel de toro.

Un maratón en el que no he querido ni he sabido sufrir. Después de haber roto el crono hace unas semanas en Valencia tenía claro que a París iba a disfrutar del ambiente, de la ciudad, de correr junto a las Tullerias, de escuchar las pisadas de 70.000 zapatillas al tiempo que contemplaba el Arco del Triunfo, la plaza de la Concordia, la Bastilla, Notre Damme….

Ni siquiera pensaba haber escrito una crónica de esta carrera, pero finalmente he pensado que un maratón siempre lo merece.

No sé bien donde empezar este relato. Quizá en el viaje Lleida-Madrid del jueves por la noche estrenando cara de velocidad a bordo del flamante nuevo AVE. Tal vez en los agobios del viernes para alcanzar la feria del corredor directamente desde el Charles de Gaulle antes de que me cerraran el chiringuito.

Podía haber empezado con las risas que me pegué en la cena del viernes con los 16 amigos que nos juntamos en tres apartamentos de la ciudad de la luz para pasar cuatro maravillosos días.

O con los paseos por París del sábado….. o con el céntrico restaurante en el que cenamos, entre cervezas, risas y espaguetis, más de veinte personas.

Pero empezaré el domingo. El día de la carrera.

Nos despertamos sobre las 6 de la mañana. Había dormido apenas 5 horas pero del tirón, sin ningún problema de nervios ni nada de eso (ventajas de ir a los maratones a hacer turismo sin ninguna presión de lograr objetivos ni nada de eso).

Después de desayunar, colocar el dorsal y todas esas cosas que se hacen siempre antes de las carreras salimos del apartamento los 6 valientes camino del metro. La primera sorpresa desagradable del día fue la temperatura. ¡¡Que frío, lamadrequemepario!!!

También mención aparte merece la imagen de una gran ciudad despertándose mientras miles de tipos con zapatillas y plásticos salen de cada esquina, de cada portal, de cada vagón de metro… Corredores con caras de sueño mezclándose con gente que vuelve de la discoteca de turno. Al igual que me sucede con lo vivido en Berlín hace año y medio creo que ese contraste lo recordaré para siempre. Algo así como “La invasión de los runners”

Sin lugar a dudas el peor recuerdo que me voy a quedar de este día será el frío inhumano que pasé la hora previa a la salida. ¡¡Estaba helado!! ¡¡Congelado en vida!! Tanto es así que finalmente decidí no dejar absolutamente nada en el ropero y salir a correr el maratón con mi jersey de lana. Supongo que debo de ser uno de los primeros maratonianos con jersey de la historia, pero bueno, vaya yo caliente….

La salida de un maratón de 35.000 corredores es algo espectacular, grandioso. Tenía la sensación de estar viviendo algo grande, así que tuve que dar unos cuantos saltos y unos cuantos gritos antes de escuchar el pistoletazo de salida.

Antes de salir nos deseamos suerte, nos abrazamos todos y nos citamos 42 kms y 195 metros más allá…. unas cuatro horas mediante.

Salgo con Marcos, que no ha venido a correr pero ha decidido acompañarme 30 kms. Por suerte pudo burlar los controles de dorsales y meterse conmigo en el cajón de las 3:45.

Los primeros kilómetros sigo helado. Tengo frío. Hay muchos corredores pero los Campos Eliseos son anchos y se puede correr medianamente bien. A pesar de eso vamos despacio, sin forzar nada la máquina. “Hemos venido a disfrutar, ¿no? Pues eso”

Los primeros avituallamientos son una aglomeración de gente, cruces de unos y de otros…. y un tipo que se deja media cara en el pavés justo delante de mis ojos.

En el km.10 tenemos a “la afición” con bandera de España y pancarta incluidas. Nos paramos, les abrazamos, les besamos y yo les doy el jersey de lana (a estas alturas parecía que se me había pasado un poco el frío) y nos adentramos en el Bois de Vincennes.

Ya a estas alturas estaba empezando a notar un fuerte dolor en el empeine del pie derecho, en el lugar exacto donde me había puesto el chip. Raro, raro…. Así que aprovechando que en el km.16 me paré a regar las flores del bonito bosque parisino me quité la zapatilla y estuve mirando la forma de colocármela sin que me hiciera daño, pero nada oiga. Poco después me tuve que volver a parar, volver a quitarme la zapatilla… ¡¡y que no daba con la tecla!! :(

Saliendo del bosque estaban otra vez nuestros chicos/as dándonos ánimos a base de gritos. De nuevo un buen subidón.

Poco después estaba la media, que pasamos sin mayor dificultad en 1:56 muy enteros.

Desde aquí enfilamos de nuevo hacia la parte Este de la ciudad por la orilla del Sena. Esta es la parte de los túneles donde se me empieza a hacer ya el maratón un poco cuesta arriba. “Está claro que corriendo 30 kms a la semana no se pueden pedir milagros todas las veces”, voy pensando.

A la altura del km.28 me da un bajón de fuerzas espectacular. Es como si me hubieran quitado las pilas. De repente me entra un hambre atroz, empiezo a tener visiones de bollos de nata, de chocolatinas…. de bocadillos… solo puedo pensar en comer, algo que nunca jamás me había pasado.

Las piernas también se quejan ya de lo lindo. Este es el maratón que más dolores he tenido y a estas alturas ya se quejaban las dos rodillas, las plantas de los pies y el dolor del empeine del pie seguía ahí en todo momento (está claro que la cagué con la elección de las zapatillas y que mis Landreth no estaban para meterse un tercer maratón).

En el avituallamiento del 30, justo después de despedirme de Marquitos (que había finalizado ahí su tirada larga premapomera) me paro y me pongo a comer como si fuera el fin del mundo. Tres trozos de plátano, dos de naranja, dos higos, dos vasos de isotónico….

A esas alturas ya sabía que me iba a costar llegar a meta.

Hasta el km.35 me mantengo más o menos, aunque ya corriendo a ritmos muy pobres. Pero al pasar por Roland Garros no tengo ganas de sufrir y me paro a caminar. Desde aquí hasta el 39 lo haré ya en varias ocasiones.

Es justo en la pancarta del 39 cuando miro el crono y haciendo unos pequeños cálculos mentales encuentro una pequeña motivación para correr estos últimos 3 kms: “si hago 5:20min/km de aquí a meta bajo de 4 horas” pienso.

Y de repente me pongo a correr con ganas adelantando a mogollón de gente….. ¡¡madre mía lo importante que es la cabeza en un maratón!! Fue encontrar una motivación para sufrir un poquito y allí iba lanzado en busca del sub-4h

40…..41…42…. ya veo el arco de meta…. ¡¡¡Vamos coño, vamos!!!

Levanto los brazos, me siento de nuevo el hombre más feliz del mundo y paro el crono en 4:00:12. No lo he conseguido pero me siento igualmente feliz.

Las conclusiones son positivas. He corrido otro maratón. He disfrutado como había planeado, sin sufrir más de lo necesario.

Tampoco le puedo pedir peras al olmo. Si la media de las ocho semanas previas a Valencia fue de 38 kms/semana mi tabla excell dice que la media desde Valencia hasta París ha sido de 33 kms/semana (cifras ridículas si me comparo con la gente que entrena de verdad)

Estas dos carreras me han servido para ganar mucha confianza para próximos maratones. El año que viene espero poder entrenar de verdad como dios manda y preparar una carrera específicamente por primera vez. Entonces sabré de verdad lo que valgo (como dicen por ahí) en maratón. Mientras tanto a seguir disfrutando de estos pequeños/grandes logros.