sábado, 8 de diciembre de 2007

Missing you




Dice el diccionario de la Real Academia de la lengua española que sorprender es “conmover, suspender o maravillar con algo imprevisto, raro o incomprensible” y su acción y efecto es la “sorpresa”.

Así pues, entonces, puedo decir sin temor a equivocarme que lo que ayer me esperaba al llegar a casa era una sorpresa.

No le esperaba. No había avisado de su visita. Pero lo cierto es que allí, en el sótano de mi casa, estaba él.

Le encontré raro. Cambiado. No parecía el mismo David que yo conocía.

Le pregunté por Claire.... por Ruth...por Nate... pero ningún caso me hizo. Se empeñó en hablarme de su nueva vida en Miami, de su nuevo trabajo, de su nueva novia.... pero ni rastro de su familia. Esa familia a la que tanto quise.

No recuerdo con exactitud el día que les conocí. De lo que si estoy seguro es de que fue mi admirado Boyero quien me los presentó un gris domingo de enero.

Desde luego no fue un amor a primera vista. Aquel acercamiento inicial fue frío, distante...

En honor a la verdad debo decir que tampoco era un momento fácil para ellos. El padre de familia, Nathaniel, acababa de morir en accidente de tráfico y cada uno de ellos estaba tratando de reconstruir sus propios cimientos.

Pero a partir de aquel dolor me fui acercando poco a poco hasta ellos y poco tiempo hubo de pasar para que aprendiera a quererles como si de mi propia familia se tratara.

¡¡Ufff!!, ni sé la cantidad de noches que pasamos aprendiendo a conocernos. Ellos me enseñaron tanto...

Me hablaron de las absurdas y desfasadas creencias sociales. Me hablaron de la hipocresía de la sociedad. De los estúpidos que se empeñan en ser infelices. Y del amor. Y de la vida.

Sí, eso. Me enseñaron a vivir.

Y sobre todo me hablaron de la muerte.

Sí, de la muerte. Me hablaron de la vida a través de la muerte.

Pero como todo lo bueno tiene un final (eso también lo aprendí con ellos) un día se marcharon por el mismo sitio por donde habían venido.

Y supe que ya nunca volverían.

Y supe que tendría que aprender a vivir sin ellos.

Echándoles de menos.

lunes, 5 de noviembre de 2007

1,2,3,4....50





Todo empezó una calurosa mañana de Junio. Eran seis kilómetros por el centro de Madrid.... mi primera carrera popular.

I Carrera contra el SIDA” se llamaba. Organizaba el Diario Médico.

La risa floja me había dado unos días antes cuando mi amigo Pablo se presentó muy serio en mi casa y me dijo: “te he apuntado a una carrera”.

“¿A una queeee? ¿Tú estás flipao o que te pasa?”

Llevábamos por entonces un par de meses saliendo a correr juntos un par de tardes a la semana. Habían sido muchos años de mala vida y por alguna extraña razón nos había dado por aquellos días por eso de “hacer deporte”.

Pero una carrera.... ¡¡eso era demasiado!!

Me entraron entonces todos los miedos y nervios del mundo. Sospechaba que en aquello de las carreras debían de participar auténticas máquinas, atletas de nivel, corredores profesionales o semiprofesionales. Gente preparada a golpe de entrenamiento, sangre, sudor y lágrimas. Y en ningún caso dos individuos cuyo medio natural eran los bares, los cubatas y los marlboros.

Todas aquellas sospechas se confirmaron inmediatamente que llegamos a la zona de salida. Estaba todo infestado de tipos con caras afiladas, piernas fibrosas y planta de atletas. Y allí estaban con sus camisetitas de tirantes.... calentando... ¡¡con más de 25ºC que había!!

Miedo escénico, que decía Valdano. Si, eso es lo que sentí. Miedo escénico.

“¿Qué hacemos aquí? El ridículo. Seguro”, pensé. Y empecé a buscar con la mirada algún candidato con peor pinta que nosotros. Infructuosa búsqueda aquella.

Pero aquel día algo cambió en mi vida para siempre. En aquel momento no fui consciente pero algo se empezaba a cocer dentro de mí. Cruzar aquella primera meta fue una experiencia emocionante que me metió en la venas, ya para siempre, el gusanillo de correr.

Lo recuerdo perfectamente. Recuerdo todos los detalles. Recuerdo la emoción al llegar a casa. Recuerdo aquella primera meta alcanzada. Han pasado más de cuatro años pero lo recuerdo con tanta nitidez como si hubiera sucedido ayer.

Pero lo que realmente corrí ayer fue mi carrera número 50.

¡¡50 carreras populares en las piernas!!

Lo primero que me sorprende ahora mirando la lista de las 50 carreras es comprobar la buena memoria que tengo para estas cosas. He dedicado un rato a leer la lista con detenimiento y pasando la mirada por cada uno de esos nombres mi mente puede recordar perfectamente todas y cada una de ellas. Todo. Los detalles. Con quien fui a cada carrera. Cada circuito. La climatología. La marca. Las sensaciones. Podría ahora mismo escribir la crónica de todas y cada una de ellas. Creo que hasta sería capaz de decir con que zapatillas corrí cada una.

Datos para curiosos:

La distancia más repetida han sido los 10 km: 17 veces

Medias maratones: 13

Maratones: 3

La carrera (si se le puede llamar así) más larga: los 100 km de corricolari

Las más cortas: dos carreras de 5 kms que hice cuando empezaba

La que más he repetido: la carrera popular de Las Rozas con 4 ediciones. Después hay un montón de carreras donde he participado dos veces.

Por años:

2003: 7
2004: 5
2005: 8
2006: 13
2007: 17

He corrido además tres maratones Ekiden por relevos, una carrera de montaña....

... y fuera de esta lista quedarían los triatlones, travesías de natación y demás locuras.

No está mal, ¿no?

Ahora a por las 100. Y vosotros que las corrais conmigo.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Parásitos Reales




Creo que en el siglo XXI los reyes y las princesas deberían de existir solamente en los libros de historia y en los cuentos infantiles.

Me cuesta mucho aceptar que un concepto tan medieval como los “derechos de cuna” siga vigente en mi país a estas alturas de la película en el que el progreso ha llegado ya a casi todos los ámbitos de la sociedad.

El feudalismo, el vasallaje, los derechos de pernada y demás desaparecieron de Europa en el siglo XIII, pero algunos de sus conceptos siguen presentes ocho siglos después en esta España nuestra.

Los españolitos de a pie madrugamos y trabajamos de sol a sol mientras los miembros de la familia real duermen, montan a caballo, van a fiestas, acuden al teatro, a los mejores partidos de fútbol, de baloncesto, de tenis...., juegos olímpicos..., regatean en sus veleros, van de caza, viajan por todo el mundo....

Y todo ello sin saber el significado de palabras tan cotidianas como “colas”, “atascos”, etc.... ¿Quién no ha tenido que detener en alguna ocasión su vehículo durante largo rato en medio de una autopista o carretera para permitir el paso de alguna comitiva real camino de algún espectáculo deportivo, fiestas con putas o vaya usted a saber?
¿Por qué no puedo llegar caminando tranquilamente al Bernabeu por el camino de siempre a ver a mi equipo de fútbol si el Rey se ha levantado con ganas de ver goles?
¿Cuánto dinero nos cuesta esas comitivas y despliegues de seguridad?

Resulta que cualquier joven español que aspire a independizarse y a comprarse una casa donde vivir dignamente sabe que necesitará endeudar los próximos 35 años de su vida. Y seguramente con ello apenas conseguirá un piso a las afueras de 60 metros cuadrados. El príncipe, que no ha trabajado cinco minutos en toda su vida, tiene su propio palacio valorado en varios millones de euros situado en una de las mejores zonas de Madrid.

Porque lo peor de todo es que no conocen el significado de la palabra “trabajar”. Mover la manita absurdamente de un lado a otro saludando a las masas no es trabajar.

¿No dicen que según la constitución todos los españoles somos iguales? ¿Por qué entonces yo pago un 30% de lo que gano al Estado y la familia real, lejos de pagar un duro en impuestos, recibe del Estado 14 millones de euros anuales?

Observo en la televisión muchas personas que saludan a estos tipos con grandes reverencias y genuflexiones, algo que interpreto como un signo de pleitesía, admiración y respeto. ¿Admiración y respeto de qué? ¿De lo bien que viven? ¿De tener el apellido que tienen? ¿De su capacidad de vivir como viven sin dar un palo al agua?

Me vais a perdonar, pero yo admiración y respeto siento por los grandes científicos, por los grandes artistas, por los grandes deportistas... y por muchas personas anónimas que han conseguido grandes cosas con su talento natural y su esfuerzo diario. Por esta gente no puedo más que sentir el desprecio que me produce su falta de vergüenza, su gandulería y su falta de valores. Si poseen algún talento lo desconozco. Lo esconden bien. Su falta de vergüenza se demuestra en su ostentación. Se puede vivir así de bien sin necesidad de hacer constante demostración pública de ello.

Solo espero poder ver algún día que en este país el de Jefe del Estado no sea un cargo que pase de padres a hijos. Y ojalá algún día se pueda criticar públicamente a esta gente sin que inmediatamente el aparato del estado te meta un paquete utilizando a la justicia para ello (algo que desgraciadamente tanto recuerda a viejos regímenes que algunos creen olvidados).

Y ojalá llegue el día en que nadie reciba el trato de “alteza real” ni chorradas por el estilo. Tener que dirigirse a una niña de dos años en estos términos y hacer reverencias ante ella me parece una nueva y gran demostración de hasta donde puede llegar la estupidez del ser humano.

viernes, 31 de agosto de 2007

Camino de Santiago XII

PEREGRINO

Tiene el Camino algo especial. Algo que no esperaba encontrar pero que allí estaba.

No creo en espiritualidades y misticismos vendidos a base de platillos y timbales. Pero lo cierto es que el marketing que hay desde hace tiempo detrás de esto resulta ser cierto.

Una vez allí dentro te sientes atrapado como un remolino de agua hacia el fondo de una cañería. Sin posibilidad de escapatoria. La salida está al otro lado y se llama Santiago de Compostela

Metido ya en la cañería todo lo que sucede fuera de ella bien poco te importa. El mundo ya solo se divide en peregrinos y resto del mundo.

El resto del mundo forma parte, junto con pueblos y montañas, del decorado de la aventura.

Pero el peregrino no. El peregrino comparte contigo el protagonismo absoluto en esta historia. Te acompaña desde que das tu primer paso hasta que desparramas tu cuerpo junto a la tumba del Apóstol.

Cada rato cambia de rostro, de apariencia. Hasta de sexo o nacionalidad. Pero está siempre ahí. A veces se multiplica y aparece desdoblado en apariencias diversas. A veces invisible. A ratos no lo ves.

Me cae bien el peregrino. Casi siempre lleva barba de varios días y aspecto desaliñado. La cara quemada por el sol. Muchas veces parece una mujer. Generalmente sin maquillaje y en el rostro reflejada la dureza del camino.

Casi siempre cojea. Se queja constantemente de los pies. De las piernas. Del peso de la mochila.

Pero nunca se para. Siempre sigue hacia delante. Mientras tenga Camino que recorrer el peregrino sigue. A pie o en bici. O a caballo. Siempre en la misma dirección.

Cambia casi tanto de idioma como de apariencia. Pero siempre que te ve te dedica una sonrisa y un “buen camino” en perfecto castellano.

Una vez que sales de la cañería vuelves al mundo real, al cotidiano, al de cada día. Y entonces el resto del mundo vuelve a ser el protagonista de tu vida. Ese resto del mundo que a veces me interesa tan poco.

Te echo de menos, peregrino.


Autofoto. Apoyado en los soportales frente a la Catedral de Santiago de Compostela.

CdeS XI : Arzúa-Santiago

Etapa 8: La trampa y el final del Camino

24 de agosto, Arzúa
– Pegontuño – Calzada – Calle – Boavista – Salceda – Ras – Brea – Alto de Santa Irene – Rua – Pedrouzo – San Antón – Amenal – Cimadeavila – San Paio – Labacolla – Villamaior – San Marcos – Monte do Gozo – Santiago de Compostela (40 kms)

Ya lo había decidido la noche anterior. Iba a hacer trampas para llegar este día a Santiago.

En principio la idea era llegar el sábado por la mañana y allí coger un autobús o tren que me dejara en Madrid por la tarde. Por motivos que no vienen al caso tenía/quería estar en Madrid el sábado por la tarde-noche. El problema vino cuando consultando en Internet en un ciber de Melide comprobé que los trenes y autobuses tardan más de 10 horas desde Santiago a Madrid. No entiendo que las comunicaciones en transporte público entre la capital de Galicia y la capital de España estén en estas condiciones. Me pareció bastante indignante, pero no voy a profundizar en el tema en este momento.

Así las cosas había que llegar el mismo viernes para poder viajar en el tren de la noche. Con el agotamiento físico que llevaba a estas alturas y con los pies hechos puré (otra noche que los dolores apenas me dejaron pegar ojo) la posibilidad de completar a pie, en una sola jornada, los 53 kms que separan Melide de Santiago me pareció utópica.

Cuando me enteré de la existencia de un autobús de línea que unía las poblaciones de Melide y Arzúa no lo pensé dos veces. Quitarme esos 13 kms me iba a permitir colocarme a tiro de unos 40 kms de Santiago, que tampoco era moco de pavo.

Dicho y hecho. A las 8 de la mañana me subí al autobús en Melide y un cuarto de hora después estaba pateando camino de la tumba del Apóstol. Me equivoqué de parada y me bajé antes de llegar a Arzúa, cerca del mojón del km.40.

Se ve que el Apóstol decidió celebrar mi llegada sacando a pasear al astro rey en todo su esplendor. Un calor de cojones, vaya. El día más caluroso de todos.

Psicológicamente fue la etapa más dura. Se me hizo eterna. Supongo que las ganas de llegar, el calor, la escasez de fuerzas, la dureza de las cuestas de la parte final y sobre todo el hecho de no ver Santiago por ninguna parte hicieron de este día el remate final.

A partir del km.13 desaparecen los mojones, con lo que pierdes toda referencia de tu situación, lo que no ayuda precisamente a dar ánimos. Llevaba como dos horas caminando después de dejar atrás ese mojón y no podía creer que aún no se viera Santiago por ninguna parte.

Cuando empezaba a desesperar me encontré de golpe con el monumento conmemorativo al Papa Juan Pablo II.

“¡¡Estoy en el Monte do Gozo!!”

Y en ese momento entendí el porque del nombre. Por primera vez pude ver, a mis pies, la ciudad Santa de Santiago de Compostela.

Aquí era donde los caminantes medievales caían de rodillas y entre sollozos entonaban cánticos en agradecimiento por haber llegado sanos y salvos de tan largo y peligroso viaje. A tanto no llegué, pero sí que me invadió una alegría inmensa por todo el cuerpo.

Entrando en la ciudad llamé a Josero. Le busqué en la Plaza del Obradoiro y allí nos fundimos en un abrazo. Ni un duro hubiera dado por este reencuentro cuando nos separamos 240 kms al este de este maravilloso lugar.

Y allí tumbado, tirado como una colilla, derrotado por el esfuerzo e inmensamente feliz por haberlo conseguido contemplé la Catedral en todo su esplendor. Son muchas las veces que había estado en ese mismo lugar, pero nunca antes me había parecido tan mágico, tan lleno de fuerza, tan intenso.

Como me dijo una peregrina: “siento como si todo esto me perteneciera más a mí que a nadie”.

En la foto la Catedral se alza sobre las zapatillas que me llevaron desde León hasta Santiago

CdeS X : Portomarín-Melide

Etapa 7: Llamando a la puerta del Apostol

23 de agosto, Portomarín – Gonzar – Castromaior – Hospital de la Cruz – Ventas de Narón – Ligonde – Eirexe – Avenostre – Palas de Rey – Casanova – Leboreiro – Furelos – Melide (39 kms)

Casi no pegué ojo. Pinchazos constantes en piernas y sobre todo pies durante toda la noche no me lo permitieron. Cada movimiento dentro del saco se convertía inmediatamente en dos o tres puñaladas de dolor en diferentes partes del cuerpo. Por algún motivo que desconozco, desde algunos días atrás, todas las quejas y dolores físicos se manifestaban mucho más durante las horas nocturnas de descanso que durante las horas diurnas de caminata. Alguna explicación tendrá. Supongo.

“¡¡Estoy hecho unos zorros!!”, pensé cuando sonó el despertador a las 7 de la mañana.

Después de un buen desayuno comencé la jornada junto con Raúl y Pepe. En los primeros kilómetros, y a pesar de la malísima noche que había pasado, me encontré bastante bien. El perfil una vez más era un continuo sube-baja demoledor para las piernas. Poco a poco la rodilla derecha empezó a cargarse y en las bajadas me las veía putas para poder caminar. En seguida descubrí que la única manera de hacer las cuestas abajo era o bien de espaldas o bien trotando ligeramente. Las miradas de los peregrinos eran de “este tío está como una cabra” cuando me veían bajar marcha atrás, pero... ¡¡vaya yo caliente ríase la gente!!

Ya nos habían avisado que a partir del km.100 empezaban a salir peregrinos de debajo de las piedras, pero nunca imaginé que aquello se iba a convertir en una auténtica romería. No creo que llegaran a 20 los peregrinos que había visto en toda la jornada anterior. Pero en ésta bastaba levantar la cabeza para contemplar a cientos de ellos. Parece ser que el 90% de la gente hace solo los últimos 100, los kilómetros necesarios para obtener la Compostelana.

Raúl iba fuerte, pero Pepe iba muy tocado y teníamos que esperarle constantemente. Al llegar a Palas de Rey ellos decidieron quedarse allí porque Pepe no estaba en condiciones de continuar. Me hubiera gustado quedarme con ellos, pero si quería llegar al día siguiente a Santiago no me quedaban más coj.... que seguir hasta Melide como poco.

Me dio mucha pena despedirme de ellos, pero no me quedaba otra. Saliendo de Palas y pensándolo fríamente me di cuenta de que ¡¡¡les conocía desde hacía menos de 24 horas!! ¡¡El tiempo es tan relativo a veces!!. Sí, ya sé que eso lo dijo mi tocayo Einstein mucho antes que yo, pero no se refería precisamente a esto.

Me costó bastante esfuerzo llegar a Melide y una vez allí descarté cualquier posibilidad de ir más allá. De nuevo, al igual que la noche anterior la sorpresa desagradable fue descubrir el albergue lleno, al igual que pensiones, hostales, hoteles... El Camino estaba empezando a perder su encanto. Todo masificado. El tufillo a “Camino del Negocio y el Marketing” se olía en cada esquina una vez superado Sarria.

Empezaba a aceptar que me iba a tocar dormir en el suelo cuando una mujer en un bar me dijo que en la esquina había una pensión con habitaciones libres. La explicación a que hubiera habitaciones es que no ponía que aquello fuera una pensión por ninguna parte y sin la información de la señora nadie hubiera entrado allí a preguntar.

Creo que aquella habitación es el sitio más mugriento en el que haya dormido jamás, pero por lo menos había una cama con un colchón.

Aquella tarde salí al pueblo a comprarme calcetines, una camiseta nueva.... ¡¡una gozada poder ir duchadito y con ropa limpia y seca!! Estas experiencias hacen que durante unos días cambies el valor de las cosas y le des importancia a cosas que normalmente no las tienen.

Después de una legendaria cena en una famosa pulpería del centro me fui roto para la cama.

En la foto la iglesia de San Pedro de Melide

CdeSIX:Triacastela-Portomarín

Etapa 6: El día más largo

22 de agosto, Triacastrela – Balsa – San Xil – Furela – Pintín – Calvor – Aguiada – San Mamed do Camiño – San Pedro do Camiño – Vigo – Sarria – Vilei – Barbadelo – Rente – Mercado – Mouzos – Peña Leiman – Peruscallo – Cortiñas – Lavandeira – Casal – Brea – Morgade – Ferreiros – Minallos – Pena – Rozas – Momentos – Cotarelo – Mercadoiro – Moutras – Parrocha – Vilacha - Portomarín (42 kms)


El objetivo de este día era alcanzar Portomarín, aunque cuando empecé a caminar a las 9 de la mañana (joder, cada día más tarde) no las tenía todas conmigo después de la paliza del día anterior.

Saliendo de Triacastela me junté con un grupo de sevillanos y decidí hacer los primeros kilómetros con ellos. No me apetecía para nada comenzar el día en solitario y necesitaba conversación y compañía para hacer más llevadero este primer tramo. Eran cuatro chicos y tres chicas con la típica gracia y alegría andaluza.

Era su primer día de Camino y la verdad es que no parecían muy preparados físicamente. Apenas llevábamos 7-8 kms y ya iban casi todos con dolores por todas partes y diciendo que: “¡esto es una tortura!”, “¿Cuántos kilómetros nos quedan?”, “Aquí hemos venido a pasarlo bien y no a sufrir”, “No puedo caminar, que me duele la rodilla”….. Y se paraban constantemente.

A pesar de que iban realmente despacio decidí aguantar con ellos un rato porque me estaba riendo bastante con sus cosas. ¡¡Que exagerados que son los andaluces para todo!!

Me despedí de los sevillanos después de desayunar en Furella. ¡¡A ese ritmo no llegaba a Portomarín ni en 3 días!!

Esta etapa transcurre por las típicas aldeas del interior de Lugo con ese paisaje verde por todas partes. Muy cerca de allí está la aldea donde se crió mi padre y donde yo pasé algunos veranos de mi infancia. Así que todo ese ambiente rural, con vacas y ovejas por mitad de las calles, tractores atravesados en cada pueblo y ese olor a boñiga de vaca que se te mete hasta en el último rincón de la nariz me resultaba totalmente familiar.

Llegué a Sarria sin mayor novedad.

El día que salí había hecho la mochila con tantas prisas que me olvidé de meter el cargador de la cámara de fotos, la cual a estas alturas ya se había quedado sin batería. Así que llevaba ya un par de días buscando un pueblo grande donde poder encontrar una tienda de fotos para comprarme una cámara nueva.

Después de dar unas cuantas vueltas por Sarria y preguntar a algunos paisanos de la zona encontré la tienda que buscaba. El dueño de la misma, más majo que las pesetas, me dijo que de comprarme una nueva nada, que el tenía un trasto que recargaba todas las baterías del mundo mundial. Y se ofreció a recargarme la batería de forma completamente desinteresada. Pero claro, eso implicaba perder hora y media en este pueblo.

Hora y media que estuve en el bar de enfrente de la tienda tomándome un café… y una coca-cola… y un bocata…. Haciendo tiempo, vamos.

Con las pilas recargadas (las de la cámara y las mías propias) retome el Camino dirección a Portomarín.

Los 22 kms que separan Sarria de Portomarín son un continuo sube-baja. Eso que llaman un rompepiernas. ¡¡Ni sé las veces que me paré en este trozo!!

A unos 10 kms de Portomarín está el mojón del km.100, un punto emblemático del camino. Empezar a ver los kms ya solo en dos cifras da un subidón importante.

Allí, sobre el mismo km.100 desparramé todos los huesos de mi cuerpo. ¡¡Estaba hecho polvo!! Y allí desparramaron sus huesos también dos chavales de Zaragoza, Raúl y Pepe, con los que iba a llegar, como almas en pena, hasta el final de la etapa.

¿Podéis imaginar la angustia que te entra cuando llegas destrozado a las 7 de la tarde y te dicen que no hay una sola cama libre en todo el pueblo?? Nos queríamos morir allí mismo cuando nos dijeron que la única posibilidad era dormir en el polideportivo municipal, tirados en el puto suelo. Preguntamos en pensiones, albergues, hostales… y nada de nada. El suelo del polideportivo parecía un hormiguero de la cantidad de gente que había allí tirada.

Ya me estaba planteando, a pesar de la paliza, continuar 7 kms más hasta el siguiente albergue cuando una ciclista nos dijo que en la pensión donde estaba ella quedaban camas libres.

¡¡¡Menuda carrera nos echamos!!! ¡¡Ni que dieran billetes de 100 euros!!!

Los de la pensión habían montado una especie de cuarto gigante con camas por todas partes y allí que nos metimos. Aquella noche nos juntamos con unas chicas/os de Murcia y nos reímos a pleno pulmón.

89 kms me separaban de la Catedral del Apóstol Santiago. “¡¡Esto está hecho!!”, pensé cuando cerré los ojos.

En la foto el apostol preside la monumental iglesia de Portomarín

miércoles, 29 de agosto de 2007

CdeSVIII:Trabadelo-Triacastela

Etapa 5: El mejor día

21 de agosto, Trabadelo – La Portela de Valcarce – Ambasmestas – Vega de Valcarce – Ruitelán – Herrerias – La Faba – Laguna de Castilla – O Cebreiro – Liñares – Hospital da Condesa – Padornelo – Alto do Poio – Fonfría – Viduedo – Filloval – As Pasantes – Ramil – Triacastela (42 kms)

El día amaneció frío. Gris. Lluvioso.

Una vez más salí el último del albergue. A los italianos los había oído marcharse sobre las 5 de la mañana. Para mi las 8:30 ya era lo suficientemente temprano.

La primera hora del día no auguraba buenas cosas. La rodilla se quejaba constantemente y por mi cabeza pasaban pensamientos sobre posponer el final del Camino para mejor ocasión.

Llegando a Vega de Valcarce decidí parar a desayunar. El destino me llevó a una acogedora y cálida panadería-cafetería. Un sitio donde me hubiera quedado toda la mañana. Un gran contraste entre la lluvia de fuera y el calor de dentro con el trato familiar de la mujer que regentaba el garito. Un sitio espectacular al que pienso volver algún día a tomarme otro café.

Allí conocí a unos chicos de Mataró, maratonianos ellos, con los que iba a coincidir en multitud de ocasiones en los días posteriores.

No sé si fue el café. No sé si fue el bollo de chocolate. No sé si fue el buen rollo de aquel sitio. No sé que fue, pero lo cierto es que cuando reanudé la marcha el dolor de la rodilla se había convertido en una ligera molestia, que poco a poco fue remitiendo hasta desaparecer por completo. Misterios del cuerpo humano, oiga.

Ese día me sentí fuerte. Creo que fue la primera etapa que hice sin ningún dolor. Eso y el hecho de ser la etapa más bonita de todas hacen que tenga un gran recuerdo de este día.

Pasado el pueblo de Las Herrerias y el Hospital Inglés me tocaba enfrentarme a la subida a O Cebreiro. Una subida preciosa, pero dura. Una subida que te lleva desde algo más de 600 metros de altura hasta los 1500 de la cumbre en apenas 8 kms de ascensión. Una subida impresionante que recomiendo a todo el mundo, independientemente de que uno esté o no peregrinando a Santiago.

La hice del tirón, disfrutando de la montaña como en la vida.

Poco antes de llegar arriba se encuentra el mojón que te indica que estás entrando en Galicia. Atrás dejaba más de 150 kms caminados a través de la provincia de León. Por allí cerca me paré y me tumbé a observar el espectacular paisaje que tenía delante. A veces por pasar tan deprisa por los sitios creo que me he perdido cosas, pero ésta no quería que fuera una de ellas.

Difícil describir ese cuarto de hora de soledad allí tirado, disfrutando del momento. Lejos de cualquier problema de la vida cotidiana. De cualquier mal rollo. Lejos de cualquier civilización. Soledad solo rota de vez en cuando por algún peregrino y su lento caminar camino de la cumbre.

Una vez arriba no me detuve y continué con intención de llegar a comer al Alto do Poio, antes de iniciar la bajada de la que Josero me había prevenido como muy dura para las piernas.

En apenas hora y media cubrí los 8 kms que separan O Cebreiro del Alto do Poio en compañía de un italiano muy majete. Alberto se tenía que llamar.

El italiano decidió quedarse allí a hacer noche y yo busqué el único sitio que había para comerme un bocadillo.

Allí, en un sitio realmente confortable y al abrigo de las inclemencias del tiempo, compartí mesa y conversación con una pareja de alemanes que se sorprendieron enormemente cuando les dije que mi intención era llegar ese mismo día hasta Triacastela.

Los 13 kms de bajada fueron lo más duro del día. Cuando llevas las piernas reventadas y te metes un desnivel tan fuerte hacia abajo las patas protestan sin parar.

Al llegar al pueblo de Filloval decidí parar a tomarme un café. Allí conocí dos chicas españolas: Eva y Lucía. Muy majas ellas. Al final, la parada que pretendía ser de 10 minutos se alargó hasta casi una hora.

Llegué al albergue de Triacastela pasadas las seis de la tarde y con un palizón encima impresionante. ¡¡Casi no puedo ni subir las escaleras hacia mi habitación!!

Después de ducharme, hacer un poco la colada y visitar el cuarto de internet me encontré de nuevo con Eva y Lucía. Me dio mucha alegría verlas porque cuando me despedí de ellas un par de horas antes pensé que nunca más las volvería a ver.

Cenamos los tres juntos y entre charlas y cigarros nos dieron la una de la mañana en el salón del albergue (si tenemos en cuenta que en mi habitación a las 8 de la tarde estaban ya todos durmiendo con la luz apagada se entiende que estamos hablando de horas intempestivas).

Santiago cada vez se sentía más cerca.


En las fotos: paisaje desde el mítico O Cebreiro y El templo de Santa María A Real de O Cebreiro, la iglesia más antigua del Camino de Santiago, construida a mediados del Siglo IX por los monjes benedictinos.


martes, 28 de agosto de 2007

CdeS VII:Ponferrada-Trabadelo

Etapa 4: Transición para olvidar

20 de agosto, Ponferrada – Columbrianos – Fuentes Nuevas – Camponaraya – Cacabelos – Pieros – Villafranca del Bierzo – Pereje – Trabadelo (34 kms)


Seguramente este fue el día más gris de todo el Camino. La etapa más fea. Un día sin apenas peregrinos. El día con mayor cantidad de dolores. Un día para olvidar.

La etapa es fea porque transcurre casi toda ella por una especie de carril bici amarillo pegado a la antigua N-VI. Después de los fantásticos paisajes del día anterior, pasar a escuchar el ruido de los coches y camiones y respirar los humos de sus motores me resultó muy desagradable.

Mi intención inicial del día era alcanzar las Herrerías, pero nuevamente fue una etapa de fuertes dolores en las plantas de los pies a los que se sumaban algunos otros. El empeine, a pesar de los masajes de aquel buen hombre, me estuvo molestando desde primeras horas de la mañana y ya por la tarde comenzó a hacerse insoportable. Encontré la solución desapretándome los cordones de la zapatilla, pero eso ocasionó un mayor movimiento del pie y la aparición de nuevas y dolorosas ampollas. Pero lo peor de todo era un fuerte dolor en la rodilla derecha, que fue aumentando al pasar las horas y los kilómetros.

Una vez pasado el bonito pueblo de Villafranca del Bierzo (donde tuve que parar un buen rato a descansar porque ya no podía dar ni un paso) la cosa se convirtió en una auténtica tortura: el puto carril aquel pegado a la carretera, el dolor de la rodilla que casi no me dejaba doblar la pierna y que me hacía ir con la pata tiesa caminando de una forma rarísima, las ampollas de los pies y sobre todo de nuevo un insufrible dolor en las plantas.

Así la cosa decidí que bastante tenía con intentar alcanzar el albergue de Trabadelo. ¡¡Y casi ni lo consigo!! ¡¡Que sufrimiento!!

Me metí en una dinámica en la cual, midiendo el tiempo con el reloj del móvil, me obligaba a caminar 15 minutos seguidos antes de pararme. Así me fui parando un montón de veces hasta llegar al pueblo. En cada parada me quitaba las zapatillas, me masajeaba los pies buscando algo de alivio y trataba de estirar la pierna para calmar algo el dolor de la rodilla.

Fue bastante sufrido, pero finalmente llegué al albergue de este pequeño pueblo. Allí pasé una noche inolvidable compartiendo una cena en común con todos los peregrinos que allí estábamos. Un buen rollo indescriptible con una gente a la que nunca antes habías visto y a la que probablemente jamás vuelvas a ver. Ese es el espíritu que tanto me ha gustado de todo esto.

Me fui a dormir pensando que si el dolor de la rodilla se mantenía (andando por el albergue parecía un auténtico invalido) y en esas condiciones me metía 160 kms más era más que probable que me jugara una lesión muy seria que me iba a dejar una buena temporada sin correr. Pensé muy seriamente en dejar las etapas restantes para mejor ocasión.

De momento tocaba esperar hasta el día siguiente.

En la foto la Colegiata de San Nicolás en Villafranca del Bierzo

CdeS VI : Rabanal-Ponferrada

Etapa 3: El Ave Fenix

19 de agosto, Rabanal del Camino - Foncebadón – La Cruz de Hierro - Manjarín - El Acebo - Riego de Ambrós - Molinaseca - Ponferrada (34 kms)


Me levanté con la duda de si mi objetivo del día era continuar en la senda del Apóstol o buscar un buseto que me trajera de vuelta a casa. La única forma de saberlo era empezar a caminar y comprobar si el descanso del día anterior y los fuertes masajes que me había dado en las plantas de los pies habían valido para algo.

A las 7 de la mañana ya no quedaba ni una sola de las 30 personas que habían dormido en mi habitación. Es increíble lo temprano que se levantan los peregrinos. En días posteriores iba a escuchar a muchos ponerse en pie antes de las 5 de la mañana. Yo alucino. Cuando salí al pueblo aquello parecía desierto. De los cientos de peregrinos que por allí pululaban la tarde anterior no había ni rastro.

Las primeras sensaciones fueron realmente buenas. Ligeras molestias en los pies, pero insignificantes comparadas con las del día anterior.

El día había amanecido húmedo, frío, con bastante niebla y algo de lluvia. Los paisajes espectaculares.

Con ánimos renovados afronté la fuerte subida camino de la Cruz de Hierro. Al pasar por Foncebadón cogí una piedra con la intención de depositarla arriba en la Cruz (Antonio me había dicho por teléfono la tarde anterior que tenía que hacerlo).

Llegué arriba sin demasiados problemas y me detuve para hacer las fotos de rigor. En seguida me puse de nuevo en marcha porque hacía bastante frío.

La bajada me pareció espectacular, uno de los momentos mágicos de toda esta experiencia. Las montañas verdes rodeándolo todo, el inmenso valle allí abajo, Ponferrada en la lejanía, la niebla cubriendo los picos y el sol amenazando con salir para darle colorido a todo ello.

Llegando a Riego de Ambrós recibo una llamada de Antonio y de Elo que me dicen que van en el coche en mi búsqueda, que tienen ganas de verme (habían llegado la tarde anterior a Astorga para pasar unos días allí). La sorpresa y la alegría es enorme. Les digo que estoy llegando a Riego y que les espero en el bar del pueblo.

A los diez minutos de llegar se presentan ellos. Me han traído de todo: compeed, frutas, una pomada para los pies, bebidas…. Lo celebramos tomándonos varias cervezas y unos pinchos. Sin tiempo para mucho más nos tenemos que despedir, que se me hace tarde y hay que llegar a Ponferrada todavía.

Una cosa que me ha quedado clara en el Camino es que las bajadas son mucho más agresivas para las piernas que las subidas.

Llegando a Molinaseca llevo ya las patas hechas puré. Al llegar allí cruzo el puente románico sobre el río Meruelo y observo a un peregrino que ha bajado al río a meter los pies en el agua. La envidia que me da es tan grande que sin pensarlo dos veces decido imitarle.

¡¡¡Gozada total!!!

El agua está helada y el placer de meter los maltrechos pies dentro es indescriptible. Acompaño el momento con un bote frío de cerveza. La vista del puente y del pueblo sobre nosotros es espectacular.

Me hubiera quedado allí toda la tarde, pero me quedan 8 kilómetros y empiezo ya a tener ganas de encontrar una cama donde descansar un rato.

La entrada a Ponferrada se me hace eterna. El Camino se desvía a la izquierda y da mil vueltas hasta llegar al precioso Castillo de los Templarios. En medio de aquel ir y venir de calles me iba a suceder una de las mejores anécdotas que me deparaba esta aventura.

Llevaba ya bastante rato notando un fuerte dolor en el empeine del pie izquierdo cuando decidí detenerme, quitarme la zapatilla y descansar un poco. En estas estaba cuando de una casa cercana salió un señor que rápidamente se dirigió a mí:

-“¿Te duele el pie hijo?”
-“Sí, un poco”

Mi sorpresa fue mayúscula cuando aquel buen hombre se agachó y empezó a masajearme el pie. Después de un buen rato dale que te pego llamó a gritos a su hijo para que trajera “la pomada”. Rápidamente acudió el chaval con la misma. Y de nuevo masaje por aquí, masaje por allí. Finalmente sacaron una venda y me hicieron un vendaje.

Me disponía ya a marcharme, después de haberles dado mil veces las gracias, cuando la mujer, que un rato antes me había preguntado que si había comido, salió de la casa y me dijo:

“¿Pero donde vas? ¡¡Pasa para dentro que te he hecho la comida!!”

¿Cómo le iba a decir a esa gente que no? Así que con toda la vergüenza del mundo pasé para dentro y me puse hasta las cejas de churrasco, pan, panceta…. Al final me tuve que poner pesado de decirles que por favor no me sacaran más de comer que no podía más. Todavía antes de irme la mujer me dio una bolsa con unas rosquillas caseras y una botella de agua que me había preparado para la merienda.

Creo que nunca ha salido de mi boca tantas veces la palabra “gracias”. Lo único que me pidieron antes de irme es que le diera un beso al Santo de su parte.

Ahora sí que sí tenía que llegar a Santiago por cojones.

¿Es posible que una cosa así pueda suceder en una gran ciudad o en cualquier otro entorno? Me resulta imposible imaginarlo.

Todavía impactado por el ejemplo que aquella gente acababa de darme entré en Ponferrada cruzando el puente sobre el río Sil.

Allí me junté con dos vascos que acababan de llegar con sus bicicletas y con los que iba a hacer muy buenas migas. Esa noche jugaba el Madrid la Supercopa y quería verla. Si me metía en el albergue iba a ser imposible porque te obligan a estar dentro antes de las diez, así que decidí darme un homenaje y pillar hotel. Me metí en uno situado en la plaza central del pueblo. Un cuarto de baño para mi solo, aire acondicionado, cama grande de matrimonio, televisión…. Vamos, lo que es un hotel de tres estrellas, jejeje. Un lujo asiático en esos momentos.

Ducha rápida, masajes en los pies, estiramientos, un par de horas de descanso, salir a cenar con los vascos y buscar un buen garito para ver el fútbol. Menudo cenorrio que me metí entre pecho y espalda… Casi reviento.

Del partido mejor no digo nada.

En la foto el Puente y el Castillo de Ponferrada

lunes, 27 de agosto de 2007

CdeS V: Astorga-Rabanal

Etapa 2: Una tortura

18 de agosto, Astorga - Valdeviejas – Murias de Rechivaldo – Santa Catalina de Somoza – El Ganso – Rabanal del Camino (20 kms)


La cadena siempre se rompe por el eslabón más débil y en mi caso resultaron ser las plantas de los pies.

Los casi 50 kms del día anterior descargaron toda su ira sobre mis doloridos pies y desde los primeros pasos mañaneros los dolores eran muy fuertes. Notaba como todos y cada uno de los huesos de los dedos y del talón se clavaban en mis plantas convirtiéndome en un peregrino incapacitado totalmente para caminar.

A pesar de ello nos pusimos en marcha sobre las 7:30 de la mañana con la intención de hacer toda la subida hasta la Cruz de Hierro y alcanzar el albergue de El Acebo, en plena bajada camino de Ponferrada.

Una vez más Josero puso el turbo y comenzamos a adelantar a cantidad de gente. Pero a mi cada vez me costaba más seguir sus pasos hasta que poco a poco comencé a quedarme descolgado y observar su firme caminar desde la lejanía.

Atravesamos varios pueblos pequeños hasta detenernos en El Ganso para comernos la ración de galletas, batidos y zumos del día. A estas alturas, y después de haber caminado únicamente 12 kms, caminar se había convertido en una auténtica tortura y cargar en cada paso el peso de mi cuerpo y de la mochila sobre cada uno de mis pies en un suplicio sin sentido.

Le dije a Josero que iba a hacer el esfuerzo de intentar llegar a Rabanal, en plena subida a la Cruz de Hierro, y que allí me quedaba hasta el día siguiente.

Los 8 kms que separaban El Ganso de Rabanal fueron los de mayor sufrimiento para mi de todo el Camino. Ahora todos los peregrinos nos adelantaban y por momentos la tortura de los pies se me hizo insufrible. Me tuve que detener en innumerables ocasiones. ¡¡Joder, que mal lo pasé!!!

Finalmente alcanzamos Rabanal del Camino, un pueblo con una población de 60 habitantes pero con capacidad para dar cobijo a cientos de peregrinos en sus cuatro albergues. Un precioso pueblo de montaña con una bonita ermita, una iglesia románica y una calle Mayor con mucho encanto. Un pueblo que acogió a Felipe II en su peregrinación a Santiago y desde donde, según la leyenda, Carlomagno contemplaba Astorga y Sahagún en la Edad Media. Un pueblo que en aquel momento fue mi salvación.

Con algo de pena me despedí de Josero y busqué alojo en uno de los albergues del pueblo. A toro pasado creo que fue una gran decisión separar nuestros caminos en este punto porque el Camino de Santiago es una experiencia que se debe de vivir en solitario y porque es necesario que cada uno vaya a su ritmo disfrutando a su manera.

Pasé el resto del día tumbado en mi litera intentando recuperar mis doloridos pies. Desde allí pude conocer a una pareja de franceses, a unos chicos de Polonia con los que tuve una animada charla y observar los encantos de un grupo de unas diez polacas veinteañeras que sin ningún problema se movían por allí en trapos menores... ¡¡madre mía como estaban las niñas!!!

A media tarde acudí al bar del pueblo a tomar unas cervezas y charlar con algunos paisanos del pueblo. Ellos me informaron de que ningún medio de transporte pasaba por allí, así que por cojones tenía que salir de allí por mis propios medios, algo que en aquel momento no tenía muy claro que fuera a ser capaz.

En la foto la Iglesia templaria de Rabanal del Camino

domingo, 26 de agosto de 2007

CdeS IV: León-Astorga

Etapa 1: Una paliza para empezar

17 de agosto, León - Trobajo del Camino – La Virgen del Camino – Valverde de la Virgen – San Miguel del Camino – Villadangos del Páramo – San Martín del Camino – Puente Órbigo – Hospital de Órbigo – Villares de Órbigo – San Justo de la Vega - Astorga (49 kms)





Nos levantamos poco antes de las siete y en apenas media hora estábamos ya atravesando el puente de San Marcos con las mochilas en la espalda.

Conversando con algunos peregrinos pude comprobar que éramos muchos los que habíamos decidido comenzar en León. Entre ellos unos chicos y chicas de Alicante y Elche y un chaval madrileño que se había presentado sin credencial y sin nada y que iba más perdido que yo, que ya es decir.

Una de las primeras cosas que me sorprendieron del Camino fue comprobar que la gran mayoría de peregrinos eran extranjeros. Siempre había pensado que el peregrinaje a Santiago era cosa de españolitos y en seguida pude comprobar que los nacidos en la piel de toro éramos una pequeñísima minoría. Italianos, franceses, alemanes, polacos, brasileños, etc, etc.... invaden el Camino y lo llenan de colorido.

La salida de León se hace a través de unos polígonos industriales que hicieron mis primeros kilómetros algo aburridos y feos. Una vez abandonada esta parte comenzamos a avanzar deprisa a través del páramo leonés. La presencia próxima de la carretera nacional N-120 con el ruido de sus coches y camiones le quitaba cierto encanto al “paseo” mañanero. Atravesamos los pueblos de Trobajo del Camino, La virgen del Camino, Valverde de la Virgen y en San Miguel del Camino hicimos la primera parada para desayunar. Unas galletas, un batido, un zumo y un poco de agua.

A estas alturas estaba empezando a entender porque a Josero ya había quien le conocía como “el peregrino veloz”. Por momentos parecía que estábamos en una marcha militar. En apenas 15 kms debimos de adelantar cerca de 50 peregrinos sin que uno solo pudiera con nuestro ritmo. Mis gemelos echaban humo.

Atravesamos Villadangos del Páramo como alma que lleva el diablo y enfilamos hacia Órbigo, que en principio era nuestro destino final de la etapa.

Poco después de la una de la tarde atravesamos el famoso Puente de Órbigo, un puente medieval cargado de historia. Allí, en el año 1434, tuvo lugar el célebre Paso Honroso. Hace cuatro años estuve en las fiestas medievales de este pueblo y pude asistir a la impresionante representación que se hace cada año de aquella histórica justa. Me vinieron muy buenos recuerdos de aquel entonces.

Comimos unos bocadillos en la plaza de Hospital de Órbigo, donde conocimos a un francés que había salido de Burdeos a principios de Julio. ¡¡¡Mes y medio llevaba pateando mundo!!
Él mismo nos contó que había conocido gente que venía de otras partes de Francia, Holanda o Alemania y que algunos llevaban tres meses haciendo el camino.

“Ufff, y yo que solo llevo una mañana y ya estoy empezando a sentir el embrujo de esto”

Acabados los bocatas decidimos alargar un poco la etapa e intentar llegar hasta Astorga.

La tarde se me hizo dura. Empecé a maldecir una y otra vez del peso de la mochila sobre mis doloridos hombros. En mis pies empezaban a crecer ampollas, los gemelos y las rodillas se quejaban constantemente y el sol amenazaba con abrasar mi cuello y mis piernas.

En Villares de Órbigo paramos para tomar un orujito de hierbas y en Santibáñez de Valdeiglesias el francés dobló la rodilla y busco alojamiento en un bonito albergue que allí había.

Los últimos 11 kilómetros de la etapa sufrí mucho por un intenso dolor en las plantas de los pies. Se me hicieron eternos.

Llegando a San Justo de La Vega Josero decidió subirse a una torre de vigilancia altísima y darme la buena noticia que desde allí ya se veía un pueblo grande y que ese no podía ser otro que Astorga.

Una cuesta abajo pronunciada que nos encontramos a continuación la bajamos trotando mientras cantábamos como si fuéramos unos militares haciendo maniobras. ¡¡Menudas risas nos echamos!!

Pasadas las cinco de la tarde y con las plantas hechas puré llegamos al albergue de Astorga.

“¡¡¡Madre mía!!! ¡¡Que palizón!!”

Una ducha rápida, una visita a podología para que me curaran las ampollas (que risas nos echamos con las chicas que me curaron los pies) y nos fuimos a visitar ese pueblo tan bonito que es Astorga. También me trae buenos recuerdos de mi última visita.

Nos metimos una cena copiosa para el cuerpo en animada charla y después decidimos que nos apetecía a los dos tomar unas copas en un pub que nos encontramos camino de la cama.

Cuando nos quisimos dar cuenta eran más de las 11, hora a la que cerraban el albergue. ¡¡¡Ufff, que angustia!!! Por un momento pensé que dormíamos en la calle pero finalmente y tras una buena carrera conseguimos llegar justo cuando el hospitalero estaba apunto de echar la llave.

Entre la paliza que llevaba encima, las cervezas y las copas pensé que dormiría como un lirón. Pero nada de eso. Dormí fatal.

Dando vueltas en la cama pensé que no quería quedarme en Ponferrada. Un día había bastado para engancharme a esto y decidir que el final de mi camino estaba en Santiago de Compostela.

En la foto la Catedral y Palacio Episcopal de Astorga

CdeS III: Madrid-León

16 de Agosto, Madrid-León... en tren


Pasé durmiendo las más de cuatro horas de tren que separan Madrid de la capital leonesa. Morfeo le ganó la partida a los nervios y aquel viaje nunca existirá en mi memoria. Cuando abrí los ojos el tren entraba tranquilamente en la estación de la ciudad elegida para comenzar la aventura.

Eran las cuatro de la tarde y nada más bajarme del vagón me encontré de golpe con la primera sorpresa del día: Josero me esperaba en el andén con los brazos abiertos. No esperaba que me hubiera venido a buscar y la alegría fue inmensa.

Desde allí nos encaminamos en busca del albergue. Mi primer albergue. Mi entrada en el mundo del Camino.

Una vez ubicados en nuestras literas y después de la correspondiente bronca por no haber traído saco de dormir, nos dirigimos al Carrefour donde terminé de abastecerme de material: un saco de dormir, dos bastones de montaña y unas galletas y zumos para los desayunos. Los bastones se iban a convertir con el paso de los días en mis mejores aliados para lograr el objetivo.

Y sin tiempo que perder nos dirigimos a ver la ciudad. León es una ciudad que he visitado, en muy diferentes compañías y situaciones en varias ocasiones en los últimos años. Es una ciudad que me trae bastantes recuerdos y a la que tengo cierto cariño.

Eso sí , ¡¡¡menudo frío que hacía!!! ¡¡Nadie diría que estábamos a mediados del mes de Agosto!!

Después de visitar la catedral y la zona comercial de la ciudad nos fuimos al barrio húmedo a saciar a base de tapas y cervezas nuestra sed y apetito. Ni sé las cervezas que cayeron. Las suficientes para irnos contentos a la cama. Ahora sí que sí. El Camino estaba a punto de comenzar para mi. Estaba a punto de atraparme para siempre.

En la foto la Catedral de León.

CdeS II : ¿Preparativos?



Volví de la playa el miércoles 15 de Agosto rumiando en la cabeza la posibilidad de aprovechar los cuatro días que me quedaban de vacaciones para hacer una pequeña escapada de toma de contacto con el Camino de Santiago. Sabía que mi amigo Josero andaba liado en la faena de unir a pie Roncesvalles y la capital de Galicia y pensé que juntarme con él era una buena posibilidad.

Una llamada de teléfono me bastó para confirmar que su intención era llegar el jueves a León, ciudad que por ser capital de provincia me resultaba de fácil acceso.

Rápidamente busqué en internet la información imprescindible: que llevar, donde y como conseguir la credencial del peregrino, horarios de trenes a León, etapas para llegar el domingo a Ponferrada.....

Sin tiempo que perder agarré el coche y salí hacia la Iglesia de Santiago, situada en pleno centro de Madrid y uno de los tres lugares donde podía obtener la credencial.

Allí me encontré con un cura joven y realmente simpático con el que mantuve una animada conversación. Tras sellarme la credencial insistió en darme la “bendición del peregrino”. Mi desconocimiento sobre el tema era total y a pesar de mi convencido ateismo y de mi inexistente creencia en bendiciones religiosas y cosas por el estilo accedí a recibir la bendición.

Y así es como sin comerlo ni beberlo me vi de pie en mitad de la iglesia, siendo víctima de las miradas de todas las personas que en aquel momento visitaban la capilla, mientras que aquel cura, desde el altar mayor y con los brazos en alto, me daba aquella bendición con un sentimiento que por un momento me hizo pensar que me iba a la guerra.

“Oh Dios, que sacaste a tu siervo Abraham de la ciudad de Ur de los Caldeos, guardándolo en todas sus peregrinaciones, y que fuiste el guía del pueblo hebreo a través del desierto: te pedimos que te dignes guardar a este siervo tuyo que, por amor de tu nombre, peregrina a Compostela. Sé para él compañero en la marcha, guía en las encrucijadas, aliento en el cansancio, defensa en los peligros, albergue en el camino, sombra en el calor, luz en la oscuridad, consuelo en sus desalientos y firmeza en sus propósitos para que, por tu guía, llegue incólume al término de su camino y, enriquecido de gracias y virtudes, vuelva ileso a su casa, lleno de saludable y perenne alegría. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén

Que el Señor dirija tus pasos con su beneplácito y que sea tu compañero inseparable a lo largo del camino. Amén.

Que la Virgen Santa María te dispense su maternal protección, te defienda en los peligros de alma y cuerpo, y bajo su manto merezcas llegar incólume al final de tu peregrinación. Amén.

Que el Arcángel San Rafael te acompañe a lo largo del camino como acompañó a Tobías y aparte de ti toda incomodidad y contrariedad. Amén

Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ti. Amén”


Todavía conmocionado por la extraña escena que acababa de protagonizar me despedí del cura y salí sin perder tiempo hacia la estación de Atocha donde, tras una larga cola de más de una hora, conseguí comprar un billete de tren Madrid-León para la mañana siguiente.

Llegar a casa, buscar la mochila y meter en ella lo imprescindible fue el siguiente paso: tres camisetas, tres calzoncillos, cuatro pares de calcetines, una chaqueta de manga larga, dos pantalones cortos, un bañador, el chubasquero, el cepillo de dientes, las chanclas, el cargador del móvil, la cámara de fotos, el dni y la tarjeta de crédito. Nada más.

En apenas cinco horas había decidido meterme en este lío y estaba preparado para ello. Me metí en la cama muy tarde. En dos horas sonaría el despertador.


En la foto la Iglesia de Santiago en pleno Madrid de los Austrias.


Camino de Santiago I



A veces sucede que, cuando uno no lo espera, la vida nos tiene preparada una experiencia intensa, única e inesperada.

Mi intención siempre había sido hacer el Camino de Santiago entero y subido a una bicicleta. Pero el hecho de tener este verano cuatro días de vacaciones sin nada planificado me animó hace unos días, y de forma precipitada, a llevar a cabo una primera toma de contacto con el Camino realizando a pie y en tres etapas el trayecto León-Ponferrada.

Y así es como de forma absolutamente improvisada y sin ningún tipo de preparación me embarqué en esta aventura que, finalmente, me acabó llevando en 8 días desde León hasta la tumba del apóstol Santiago.

Por muchas cosas que hubiera escuchado a diferentes personas acerca del Camino nunca pensé, cuando salí en un tren de la estación de Chamartín camino de León, que estaba a punto de vivir una de las mayores aventuras de mi vida. Una aventura agotadora. Demoledora. Intensa.

El esfuerzo físico que he tenido que hacer para completar el trayecto ha sido enorme. Agónico por momentos. Para una persona que no está acostumbrada a caminar el reto era inmenso. Como inmensos han sido los dolores que he sentido en piernas y pies y que aún me acompañan en estos momentos.

Me resulta imposible recordar ahora la cantidad de personas que he conocido en estos días, la cantidad de pueblos y paisajes diferentes que han visto mis ojos, la cantidad de pensamientos y reflexiones en tantas horas de soledad, la cantidad de experiencias vividas en apenas una semana....

Pero lo voy a intentar.

martes, 7 de agosto de 2007

TRIPI

TRIatlon en el PIsuerga

5 de Agosto. 6:30 de la mañana. El despertador empieza a chillar como loco recordándome que es hora de ponerse en pie y de que hoy es el día. El día de mi enfrentamiento contra el monstruito de las tres cabezas: el TRIatlón Ciudad de Valladolid.

He dormido poco y mal. No sé porque, pero los nervios han aparecido en mitad de la noche en forma de pesadillas. Pesadillas en las que llego tarde a la salida. Pesadillas en las que llego a meta cuando ya han desmontado el chiringuito y se han ido todos. Pesadillas en las que mi torpeza con la bici hace que tire a algún triatleta de nivel y me corran a gorrazos por toda Pucela.

Esto de ir de triatlón es más complicado que hacer la lista de la compra. El sábado por la tarde había pasado más de una hora metiendo en el coche todo lo necesario para la prueba y revisando una y otra vez que no me dejara nada. Que si las gafas de nadar, que si las zapatillas de correr, que si las mallas, que si el casco de la bici, que si la bici, que si las zapatillas de la bici, que si las gomas de las zapatillas, que si los imperdibles, que si la camiseta de correr, que si..... ¡¡¡uffff, creo que ahí fue donde me entraron los nervios que me atacaron por la noche!!!

Cerca de Tordesillas había quedado con Marcos, Paqui e Inma en una estación de servicio para desayunar. Al llegar allí compruebo que aquello está tomado por machacas del triatlón que están también recargando las pilas antes de llegar a Valladolid. Tíos y tías fibrosos, de perfiles afilados y miradas penetrantes. Ante mis ojos se presentan como auténticos adonis del deporte. Mi propia imagen reflejada en un espejo me devuelve todos los nervios de la noche. “Vas a hacer el ridículo”, pienso al instante.

Entrando en Valladolid nace en mi estómago un gusanillo que se mueve arriba y abajo. A medida que empiezo a vivir el ambiente de la competición crece sin parar amenazando con convertirse en una serpiente pitón. “Joder, que nervioso estoy. Tengo miedo. Estoy cagao”

Al ir a recoger el dorsal comprobamos Jorge y yo que no aparecemos en las listas, así que nos toca hablar con la organización y aclarar el asunto. Finalmente nos dan dos dorsales de chicas. “Madre mía, ¡¡como nos toque salir con las chicas el ridículo va a ser todavía peor!!!”

Pero no. Finalmente nos confirman que salimos con los chicos y que quedan apenas 5 minutos para que nos presentemos en la cámara de llamadas.

Nuevamente estrés por un tubo. Salimos corriendo con todos los bártulos (bici, casco, gafas, dorsal, zapatillas, gorro de nadar, etc, etc...) hacia los boxes. Todo el mundo va ya vestido de nadador camino del río y nosotros todavía tenemos que colocar todo. “Uff, ¡¡me va dar algo!!”

“Venga, venga, que tenéis que estar ya en la pasarela del río”, me dice un juez todo serio mientras acabo de colocar la bici en su sitio.


Natación (750 metros)

Allí estábamos todos los chicos, apelotonados encima de una pasarela que se balanceaba constantemente amenazando con tirarnos a todos al agua, esperando que comenzara el lío. Casi todo el mundo llevaba neopreno. “Esta gente está preparada, no como nosotros que llevamos unas simples mallas de esas de correr”

Allí lejos, a tomar por culo, el puente del río indica el punto donde debemos de girar para emprender el camino de regreso. “Uff, eso está muy lejos, ¿no??”

“¡¡¡MEEEECCCC!!!!”

A nadar. Es ya la cuarta vez que nadaba rodeado de gente por todas partes, pero es la primera vez que de verdad recibo golpes a mansalva. Lo de las veces anteriores fue un juego de niños comparado con lo de Valladolid. Un montón de gente apelotonada intentando nadar. La tarea era imposible por momentos. Al bracear golpeabas piernas y brazos por todas partes. Tres o cuatro nadadores me pasaron literalmente por encima. Tragué litros y litros de agua. “Calma, calma, tú a lo tuyo. Ya saldrás de esto antes o después”

Pasados los minutos iniciales de confusión me empiezo a encontrar bien en el agua. Estoy nadando suelto mientras pienso en que la cantidad de agua que he tragado no creo que sea muy buena para mi organismo. “¿Estará el Pisuerga contaminado? ¿Me iré mañana por las patas abajo?”

Sin apenas darme cuenta me encuentro con que estoy ya debajo del puente dispuesto a hacer el giro en la boya y empezar el camino de regreso. Aquí nuevamente me llueven las ostias por todas partes.

Ya en la vuelta levanto la cabeza para situarme y veo un barco grande anclado en la orilla y antes de llegar a él bastante público animando. “Ahí está la rampa de salida. ¡¡A por ellos!!”

Y enfilo hacia allí nadando sin parar. “Uyy, que raro, ¿porque todos los demás no vienen hacia aquí?”

Cuando me doy cuenta de que me equivocado ya es tarde. Me he desviado totalmente de la trayectoria. Me toca bordear todo el barco y buscar la rampa que está en el otro lado. “Vamos, vamos....”

En seguida encuentro la rampa buena, la alcanzo y salgo corriendo como loco en busca de la bici.



Bicicleta (20 kms)

La carrera hacia la bici es el momento más agónico de todo el triatlón. Para subir desde la orilla del Pisuerga hasta los boxes hay una rampa de unos 300 metros que se me hace muy dura. Llevo el corazón en la boca.

Al llegar a mi máquina oigo a Cristina, Paqui e Inma que me animan. “¡¡Uff, estoy atacao!!”, les grito.

Me noto muy torpe haciendo la transición, pero finalmente consigo ponerme la camiseta, el dorsal, el casco, las zapatillas, enganchar las calas en los pedales y empezar a rodar por las calles de Pucela.

Llegados a este punto me gustaría hacer una reflexión. Es un lujo asiático que corten durante más de una hora varias de las avenidas principales de una ciudad de 400.000 habitantes para que apenas 200 tipos disfrutemos con nuestras carreritas y nuestras bicicletas. Realmente no sé si merecemos tanto y entendería que muchos vallisoletanos no lo aprobaran.

En la bici me encuentro bien. Voy cómodo, pedaleando con ganas. El circuito es completamente llano y me noto fuerte dándole a los pedales. Hay varios giros de 180º muy cerrados donde lo paso bastante mal por el poco dominio que todavía tengo de la bici. “¡¡Al fin y al cabo solo he montado tres veces antes!! ¡¡Bastante bien lo estoy haciendo!!”, pienso.

En una recta larga veo que Marcos viene ya pisándome los talones.

Justo al completar la primera vuelta y comenzar la segunda me equivoco en un giro y al tratar de rectificar estoy a punto de irme al suelo. Me derrapan las dos ruedas y solo un milagro hizo que no me dejara la cara en la acera.

Mediada la segunda vuelta me adelanta Marcos que me grita que me pegue a él. Pero va muy fuerte y no soy capaz de engancharme a su grupeto.

Es impresionante la velocidad a la que te adelanta la gente que de verdad le pega a esto del ciclismo. Les oyes venir y te pasan como cohetes a más de 45 km/h. ¡¡¡Fiuuuunnnnnn!!!!

La primera chica, la famosa triatleta María Pujol, me adelantó como un esputnik. “Ufff, ¡¡que manera de volar!!!”

Finalmente consigo completar las cuatro vueltas sin conseguir unirme a ningún grupo, pero con bastantes mejores sensaciones de lo previsto. La segunda transición la hago bastante más rápido que la primera.


La carrera (5 kms)

Lo más duro del triatlón es ponerse a correr después de bajarse de la bicicleta.

Además a esas horas hacía ya mucho calor y las piernas se quejaban sin parar.

“¡¡¡Que no queremos correr cachomamón!!!”

La primera vuelta fue un suplicio. Cada zancada era un esfuerzo sobrehumano y un dolor en las piernas de arriba a abajo.

El circuito era muy bonito (pasando por el centro histórico de la ciudad, la plaza mayor, etc...) pero bastante duro con constantes subidas y bajadas.

Nos cruzábamos todos los corredores constantemente. Así pude animar a Marcos, a Ballesta, a Laura, a Jorge y a Oscar mientras le daban caña a las zapatillas. “¡¡Madre mía, ¡¡que caretos llevan los pobres!!”

Y nuestras animadoras particulares, mientras, no paraban de darnos ánimos cada vez que pasábamos.

Por alguna extraña razón al empezar la segunda vuelta empecé a encontrarme mejor y a adelantar a algún que otro participante para acabar entrando en meta pletórico con una sensación de euforia total.




Llegando a meta


“¡¡Como ha molado esto”!!!

Al final 1:22:21 que para ser mi debut creo que no ha estado mal.

Mi único objetivo era intentar no ser el último y ahora, mirando la clasificación oficial, veo que he quedado en el puesto 179 de 206 que llegaron a meta. Así que objetivo más que cumplido.
Una cosa tengo clara desde el pasado domingo. Me voy a hinchar a hacer triatlones en el futuro porque es una de las cosas más divertidas que he hecho jamás. Es intenso, efervescente, emocionante... ¡¡Es una gozada!!


viernes, 27 de julio de 2007

Un cubata de agua salada




¿Podéis imaginar un autobús lleno a rebosar de tíos fibrosos vestidos únicamente con unos minúsculos bañadores de esos de nadar?

No, no penséis mal. No se trata del argumento de una película gay ni del sueño erótico de Alberto de Mónaco. No.

La escena, para incredulidad de los ojipláticos viandantes de la zona, se produjo el pasado domingo en la ciudad de Valencia.

La legión de marcapaquetes, marcados todos ellos con grandes números en sus brazos, no eran más que los participantes en la XV edición de la travesía a nado del Puerto de Valencia recorriendo, como anchoas en una lata, los dos kilómetros que separaban la meta de la salida.

A pesar del apelotonamiento de humanidad existente dentro del buseto, el ambiente era completamente festivo. Se oían risas, bromas y algún que otro grito divertido. Caras alegres y algunos nervios.

Y en mitad de la escena, pasando completamente inadvertidos para los demás, dos tipos ojerosos, resacosos y con aliento a tabaco, whisky y mala vida se preguntaban de alguna manera que cojones hacían ahí metidos.

Sí. He de confesar que mi debut en esto de las travesías llegó precedido de una noche en las fiestas de Alzira, de unos cigarros, unas cervezas, unas copas y menos de tres horas de un sueño inquieto en cama prestada. Todo un privilegio comparado con la hora escasa que durmió mi compañero de aventura y amigo Joserín de los bosques.

Hay por ahí quien incluso asegura que se me pudo ver en un concierto de un tal David Bisbal la noche de autos. Por supuesto se trata, sin ningún genero de dudas, de una confusión o incluso de una falacia malintencionada.

“¡¡DOS MINUTOS PARA LA SALIDA!!!” gritó la mujer del megáfono.

Comparado con lo nervioso que estaba el día que tuve que nadar en el lago de la casa de campo para el triatlón por relevos me encontraba muy tranquilo a estas alturas de la película. Y eso que la distancia era bastante más del doble.

Si algo bueno tienen las resacas es que te rebajan los biorritmos hasta dejarte próximo a la sedación. La resaca gorda, en cualquiera caso, tenía bastante más que ver con la borrachera de la noche del viernes en Madrid que con las fiestas de Alzira de unas horas antes. El fin de semana había sido "perfecto" para enfrentarse a un nuevo reto deportivo. Más insano imposible.

“¡¡15 SEGUNDOS!!”

“Al lío. Ya no hay marcha atrás. Este pinchazo que tengo al respirar debajo de las costillas en el costado derecho no creo que sea nada grave”, pensé mientras me tiraba al agua.

Agobio. Sí. Sentí agobio en las primeras brazadas. Esa es la palabra. Agobio.

Estaba atascado. La respiración no iba acompasada con el braceo. La cosa no iba bien.

Pasados unos minutos y, tras percatarme de que me estaba quedando a cola de pelotón, analicé la situación y me di cuenta de que era simplemente una cuestión psicológica.

“¡¡Relájate coño!!, que esta distancia la has nadado en piscina un montón de veces en las últimas semanas. ¿Qué más da que esto sea el mar y que allí debajo se muevan cosas no identificadas?”

Y me relajé.

Y le pillé el ritmo a la respiración.

Y me aticé de golpes con otros nadadores.

Y cambié de rumbo cincuenta veces por serios problemas de orientación.

Y me sentí increíblemente bien nadando en agua salada.

Y mucho antes de lo esperado llegué a la meta.

Y vi a Josero.

Y una vez más fuimos felices con una nueva experiencia deportiva.

Y me prometí a mi mismo que esto hay que repetirlo muchas veces.


viernes, 13 de julio de 2007

Dolores, lolita, lola

“Hoy me he levantado dando un salto mortal, he echado un par de huevos a mi sartén, dando volteretas he llegado al baño, me he duchado y he despilfarrado el gel.....”

Así empezaba una famosa canción de los Hombres G de finales de los 80. La verdad es que yo nunca me he levantado dando un salto mortal ni con las más mínimas ganas de dar volteretas.

En realidad creo que desde que tengo memoria y uso despertador las primeras palabras del día casi siempre van dirigidas hacia él. No sería bonito para este querido blog reproducirlas aquí pero ya aviso que son de "hijodeputa" para arriba.

Pero desde que hace ya unos cuatro años me dio por correr, a este ritual de exabruptos mañaneros, se le ha añadido otra frase diaria que acompaña a mis primeros pasos, ya una vez fuera de la cama. Sería algo así como:

“Lamadrequemeparió, ¡¡¡como me duelen las patas!!!”

Cuando eres corredor habitual te acostumbras a medir las distancias y sabes perfectamente que de tu casa al semáforo de la esquina hay 1.200 metros o que la vuelta al parque de turno tiene 5.200 metros. Y te acostumbras a visitar tiendas de zapatillas y ropa deportiva. Y dejas de medir la velocidad en km/h y pasas a hacerlo en min/km. Palabras como “series”, “progresivos” o “pulsaciones por minuto” forman parte de tu vocabulario cotidiano.

En fin, la lista podría ser eterna. Pero iré al grano. Una de las cosas a las que uno se acostumbra, que acepta como algo normal y con lo que convive a diario es el dolor de piernas.

Unos días es más intenso y otros menos. A veces es casi inapreciable. Pero por norma general:

- Si ayer hiciste series, hoy, al subir las escaleras de la oficina, las patas te duelen horrores.
- Si ayer hiciste un rodaje largo de dos horas, hoy tus piernas te lo recordarán cada vez que pises el embrague de tu coche.
- Si hoy es lunes, y este fin de semana has corrido una carrera popular con el cuchillo entre los dientes, tus compañeros de curro te preguntarán constantemente porque andas de esa manera tan rara mientras sueltas leves quejidos entredientes.

Esta lista también podría ser larga pero nuevamente iré al grano.

El tema se complica seriamente cuando a uno (a mi en este caso) le da la tontería de que quiere preparar un triatlón. En ese caso los deportes a entrenar se multiplican por tres y los dolores, consecuentemente, también.

Antesdeayer estrené mi flamante bicicleta de carretera, que me compré la pasada semana, haciendo 41 kilómetros que incluían dos subidas a garabitas y una a la salida de Somosaguas de la Casa de Campo. Las sensaciones, teniendo en cuenta que nunca jamás me había subido a una bici de estas, fueron inmejorables. Pero obviaré los detalles e iré a lo que nos ocupa.

Hoy tengo un fantástico dolor de culo por el tema del sillín. Eso sí, nada comparado con el dolor que tengo en cuadriceps y espalda.

La tercera pata del banco es la natación. Teniendo en cuenta que en poco más de una semana me voy a Valencia a nadar una travesía por el mar, estos días le he dedicado especial atención a la piscina. Desde el pasado domingo me he metido 10.000 metros nadando. Bonita cantidad que me ha dejado completamente doloridos hombros, brazos y dorsales.

Y teniendo en cuenta también que, debido a la paliza a correr que nos metieron ayer en la CdC los tapieros del amigo Lloz, hoy es uno de esos días en que las piernas duelen de verdad, pues.....

Pues eso. Que me duelen las patas. Me duelen los brazos. Me duelen los hombros. Me duele la espalda. Me duele la cadera. Me duele el culo..... Y no me duele la po.... porque uno ya no tiene tiempo ni para “eso”.

Y a pesar de todo me siento bien. Me encantan estos “dolores”.

¿Es esto masoquismo en estado puro? ¿Qué será lo siguiente? ¿Me compraré un látigo y me atizaré en la espalda hasta dejarla en carne viva? ¿Me arrancaré las uñas con unas pinzas antes de que se me caigan de correr?

UFFF, un oscuro futuro nos espera..... :-D

lunes, 25 de junio de 2007

El Telégrafo



Domingo 17 de Junio.

Puerto de Navacerrada. 10 de la mañana.

Lluvia. Niebla.

Respiración entrecortada.

Estoy empapado. Tengo frío.

He completado los 8,5 kms de ascensión que unen el pueblo de Cercedilla con el alto del Telégrafo y la escena me recuerda a la de los ciclistas coronando puertos míticos del Giro o del Tour cuando sale un día de perros.

Me paro en el avituallamiento. Bebo un acuarius. Mastico una chocolatina. Pienso en la bajada que me espera. ¿Seguirán intactos mis tobillos cuando llegue abajo?

Después de que el monstruo me derrotara por tercera vez en Abril tenía claro que quería probar cosas nuevas. Este invierno había mejorado mis marcas en las 3 distancias (10K, media y maratón) y había llegado el momento de disfrutar de nuevas experiencias. Se acabaron las series y el cronómetro hasta Septiembre.

Travesía de natación por el mar, triatlón y carrera de montaña eran mis tres ilusiones, especialmente esta última. El Cross del Telégrafo fue la carrera elegida.

Pozuelo. 7 de la mañana.

Miro al cielo a través de la ventana de mi habitación y parece que allí arriba han abierto las compuertas. Llueve a mares.

Me planteo quedarme en mi confortable cama hasta que recuerdo que he quedado con merak y que tengo su dorsal. Tengo que ir a enfrentarme con la montaña y con la climatología. ¡Con dos cojones!

Cercedilla. 8:50 de la mañana.

Unos 200 valientes nos apretujamos detrás de la línea de salida esperando que empiece la carrera. Entre ellos tengo la suerte de saludar un montón de caras conocidas: merak, Igor, Jaime, Jacobo, Antonio, Elo, Esteban, Angeltroton y algunos tapieros... Todos calados. Sigue lloviendo.

Salgo tranquilo. Tengo claro que he venido a probar lo que es una carrera de montaña y no tengo ningún espíritu competitivo. Disfrutar, disfrutar y disfrutar. Ese es el único objetivo.

En seguida salimos del pueblo y nos adentramos en el monte. El primer embotellamiento se forma al llegar al río por primera vez. Allí los corredores hacen cola para esperar su turno y poder vadear el río usando las piedras para no meter los pies en el agua.

El tío que tengo delante riéndose divertido me suelta: “esto parece Humor Amarillo”. Observo la escena y es cierto que lo único que falta el es Chino Cudeiro. Unos tíos empapados bajo la lluvia intentando pasar por encima de unas piedras de un río sin caerse. Muchos no lo consiguen y acaban dando con sus pies dentro de las frías aguas chapoteando rápido para salir de ahí.

Espero mi turno y cruzo el río sin problemas. Será la única vez en toda la carrera que utilice piedras para hacerlo. Las más de quince veces que habrá que volver a cruzarlo lo haré ya corriendo por el agua, introduciendo los pies hasta las espinillas.

Cada vez que metes los pies en el agua se te quedan helados de lo fría que está y durante las primeras zancadas posteriores llevas las zapatillas repletas de agua en una sensación rarísima. Esto de cruzar el río por todo el medio fue una de las cosas que me encantó de esta experiencia. Muy aventurero. Muy auténtico. Una sensación acojonante.

La subida va de menos a más. Los primeros kilómetros son relativamente suaves y se puede correr sin problemas. Es difícil adelantar porque la senda es muy estrecha, así que decido que aunque los que llevo delante van bastante despacio, me voy a quedar ahí. Disfrutar, disfrutar y disfrutar.

La parte final de la subida es terrible y todo el mundo va ya andando. Los últimos 300 metros tienen un desnivel fortísimo y por momentos me parece que ni caminando seré capaz de llegar arriba. Me doblo sobre mis piernas apoyando las manos sobre las rodillas pero se me hace muy duro dar cada paso hacia delante.

Hace ya rato que nos estamos cruzando con los corredores que ya bajan buscando la meta. Me impresionó muchísimo ver descender a los primeros clasificados dando saltos como cabras por las piedras. “¡¡Están locos estos romanos!!”, pensé.

Por fin llego arriba. Hace un frío terrible. Estamos calados. Después de recargar las pilas en el avituallamiento pienso en que hay que bajar cuanto antes porque me empieza a dar la tiritona y creo que hay serio peligro de hipotermia.

La primera parte de la bajada es vertiginosa y me llevo un par de sustos fuertes. Decido que no me juego el físico y que si quiero llegar vivo abajo tengo que sujetarme.

Pero las piernas van ya tocaditas y en algunos tramos no me sujetan bien. Se me descontrolan, se me van los tobillos.... Paso momentos de cierta angustia y siento que la caída me espera detrás de cualquier piedra del camino.

Subiendo habíamos formado un grupo muy majo de tapieros, pero ahora bajando no soy capaz de seguirles. Lo intento, pero cada vez les veo más lejos, así que decido ir a mi bola.

Me he quedado solo.

Me paro para quitarme unas piedras que se me han metido en las zapatillas y espero que alguien me alcance por detrás. Pero no viene nadie.

La climatología ha decidido darnos un respiro. Ha dejado de llover y el día se empieza a abrir. Ahora sí se pueden ver las montañas y el precioso paisaje que nos rodea.

Recuerdo a lo que he venido. A disfrutar.

Y eso es lo que hago hasta la meta. Disfrutar como un enano.

Correr por la montaña sin mirar el cronómetro, disfrutar como nunca del aire puro, cruzar el río chapoteando, meter los pies en el barro hasta los tobillos, saltar por encima de piedras y raíces de árboles....

esa sensación de libertad....

ese paisaje....

la naturaleza rodeándome...

sintiéndome solo en el mundo....

Finalmente entro de nuevo en el pueblo de Cercedilla. Adelanto a un corredor en el mismo pueblo y me dirijo hacia la plaza donde el ambiente es espectacular.

Cruzo la meta con una sensación absoluta de felicidad. Han sido 2 horas y 13 minutos de maravillosas sensaciones.

Ha sido la primera de muchas carreras de montaña.

¿Quizá alguna vez el MAM (Maratón Alpino Madrileño)?

¿Por qué no?

lunes, 11 de junio de 2007

Un día de Furia II

Soy ateo. No creo en Dios. Ni en el cielo ni el paraíso. Pero si existe seguro que allí hay un concierto de los Pearl Jam.

De la infinidad de grupos de música de los que he sido adicto a lo largo de mi vida, ninguno de ellos ha logrado traspasar mi alma como lo hace, desde hace 15 años, el mítico grupo de Seattle. Su música me transmite como ninguna otra.

Hace unos años viví un momento de adicción total a ellos. Por aquel entonces llegué a coleccionar conciertos en formato CD. No existía el emule ni estas cosas de hoy en día. El método consistía en ponerme en contacto con clubes de fans y particulares y realizar el intercambio por correo ordinario. También por entonces buscaba a mi chica ideal. No tenía que ser alta, ni rubia, ni guapa. Pero le tenía que gustar Pearl Jam. Cuando conocía a alguna que me gustaba especialmente solía acabar haciendo la pregunta:

“¿Te gusta Pearl jam?”

No la encontré. Pero no desespero.

Finalmente, con los años, recordaré el pasado sábado por el concierto de PJ. Es la segunda vez que les veo en directo en menos de un año y, nuevamente, volví a emocionarme. Cantar Black a duo con Eddie Vedder fue, una vez más, una experiencia mística. No lo podría demostrar, pero estoy seguro de que mis pies se separaron del suelo y levité durante algunos segundos. Eddie era Dios y yo su entregado súbdito



Serían entonces más de las 12 de la noche. Pero las emociones fuertes habían empezado unas horas antes.

Un tren (el tercero del día) me había dejado a media tarde en el centro de Leganés, donde el ambiente del Festimad se respiraba por cada rincón.

Un festival de música es un sitio con un ambiente muy especial, muy auténtico. En medio de esa atmósfera aún tuve tiempo para emocionarme con otra de mis grandes pasiones en la vida.

Soy del Madrid. Desde que nací.

“Ha tenido usted un madridista”, le dijo el ginecólogo a mi madre el día que vine al mundo.

Mucha gente a mi alrededor no entiende que me tome tan a pecho mi madridismo. Pero los sentimientos son así. No se explican. Se tienen o no se tienen.

En medio de aquel festival encontré un bar donde tomarme un par de copas fresquitas y ver al Madrid de básquet ganar sobre la bocina al Joventut el cuarto partido de los play-off de la ACB. Aquel bar parecía el fondo norte del Vistalegre , la peña bufanda o los Ojos del Tigre. ¡¡Que ambientazo!! ¡¡Que tensión y que alegría cuando fallaron el último triple!!!

Buen presagio para el plato fuerte del día que era el fútbol. Degustando mi tercera copa vi a mi equipo jugar una lamentable primera parte y empezar a decir adiós al título de liga.

Yo había ido a Leganés a disfrutar y dado que mi estado de cabreo y nerviosismo aumentaba por momentos decidí prescindir de la segunda parte y volver a la música.
Pero como la cabra siempre tira al monte, cuando el reloj me indicó que aquello estaba apunto de acabar saqué mi pequeña radio de bolsillo y me puse los cascos.

Pierde el Madrid. Gana el Barça. Quedan dos minutos. Un mazazo. Un jarro de agua fría. Un sentimiento de desesperación me recorrió el cuerpo. Y entonces se hizo el milagro.

“Gooooooooooooool de Van Nistelrooy.....” gritaba el de la radio cuando le interrumpió otro grito.... “goooollll de Tamudooooooo”

Entonces corrí, grité, salté...... fui feliz mientras aquella gente del concierto me miraba raro. Y yo me abracé con ellos y les expliqué que el fútbol es muy grande. Pero aquella gente no lo entendió.

Dejaron de mirarme. Eddie había salido al escenario.

Acabado el concierto pensé que era momento de volver a casa. El día había sido largo y el domingo había que madrugar para correr Carabanchel. Pero una última sorpresa me esperaba a la vuelta de la esquina.

“¿Cómo volveremos a casa?”, me había preguntado el viernes mi amigo Manolo.

“Lo importante es ir. El como volver es siempre secundario”, le contesté.

Esta es una filosofía de vida que tengo hace mucho y que me ha proporcionado algunos disgustos.

Pensaba que un búho sería lo adecuado. Y sino un Taxi.

Pero aquello era tarea imposible después del concierto. Aquel lugar parecía la película de “La noche de los muertos vivientes”. Manadas de gente caminando por la calle sin un rumbo fijo. Todo el mundo quería subirse a un autobús o un taxi.

Después de dos horas intentando salir de allí desesperamos. Segunda vez en el mismo día que no sabía como cojones volver a casa. Por la mañana por desastre. Por la noche por gilipollas. Aceptamos que habría que volver a casa con las primeras luces del día y decidimos celebrar lo vivido en algún bareto de la zona.

Como esto se empieza a hacer eterno me ahorraré los detalles de la fiesta nocturna. Y de cómo conseguí que me llevaran a casa. Si se cuenta todo la imaginación no trabaja.

Y me ahorraré también los detalles de mi lamentable estado al llegar, por fin, a la cama.

Una vez allí recibí un sms de Syl que decía:

“Como putas cabras, como putas maquinas!
19h58m con 100 tormentas, 100 anécdotas y 100 kms de ilusión cumplida.
Gracias a todos. Se os quiere amigos”


Pensé en que mi aventura también había durado 19h58m. Intentando contestar me quedé dormido con el móvil en la mano.

Y entonces soñé con Eddie. Soñé con Ruud. Soñé con mi llave perdida en algún camino. Y con el revisor del tren......

Y soñé con una nueva victoria de mis amigos espartanos en las lejanas tierras de Colmenar Viejo.

Y entonces fui feliz.

domingo, 10 de junio de 2007

Un día de Furia I

Creo que la vida de cada uno de nosotros está repleta de días rutinarios. Días que uno no sería capaz de recordar por nada especial. Días que vienen, pasan y se van.

Y luego están, en evidente minoría, esos días de los que uno se acuerda mientras viva. A veces por cosas buenas. A veces por cosas malas. A veces por cosas raras, ¿qué se yo?

Bueno, pues ayer fue uno de esos días que recordaré siempre. Por muchas cosas buenas. Por alguna mala. Sobre todo por la exagerada acumulación de vivencias y sentimientos vividos en tan breve espacio de tiempo. Saturno y Urano debieron de alinearse de forma mágica para proporcionarme un día así.

Miedo me da ponerme a teclear y hacer de esta entrada un escrito infinito. Intentaré abreviar, resumir lo vivido, que sin lugar a dudas daría para escribir varias entradas.

Todo empezó en Colmenar Viejo a las 12 de la mañana. Allí se daba la salida de los 100km/24h de corricolari. Me ahorraré los detalles sobre las vueltas que di para encontrar el polideportivo, pero sí contaré que allí encontré a una gran cantidad de amigos: Cris, Mar, Antonio, Syl, Oscar, Hugo, Quintiliano, Josero, Javi, Hilario, Grey...
El ambiente espectacular. Una avalancha de recuerdos de lo vivido hace tres años se me vinieron a la cabeza irremediablemente.
Si bien no podía cumplir con mi promesa de acompañar a la loca de Syl y krisma los primeros 50 kms, si podía compartir con ellos algunos kilómetros y así decidí hacerlo. Fue una rato de amena conversación, de risas y buen rollo con esas dos personas excepcionales que son estos dos “zumbaos” amigos míos. Después de una hora supe que un poco más allá estaba ya el cartel de no-retorno, así que decidí que había llegado el momento de dar la vuelta.

La vuelta al coche la hice sin parar de correr en dirección contraria al resto de participantes. Alguno pensó que era el primero y que volvía ya hacía Colmenar, lo que despertó numerosos comentarios de admiración, jeje.

Tengo la costumbre de atarme la llave del coche en los cordones de las zapatillas siempre que salgo a correr, pero en mis nuevas Salomón eso es imposible porque no tienen cordones. Así que en esta ocasión guardé la llave en el bolsillo del pantalón. Tenía ya Colmenar de nuevo a la vista cuando me di cuenta de que la llave ya no estaba en su sitio. Di la vuelta y traté de encontrarla por aquellos caminos de arena, pero tras media hora de intensa búsqueda me di cuenta de que aquello era como buscar una aguja en un pajar. Desesperé y me resigne a mi suerte. Sin dinero, sin coche, sin móvil y a tomar por culo de casa. Una sed de caballo, eso sí.

Así es como me encontré, por primera vez en el día, tirado donde Cristo perdió las sandalias sin saber como volver a casa. La historia se repetiría antes de que acabara la jornada, pero esa parte de la historia la contaré a su debido momento.

Tras saciar mi sed en el baño de un bar del centro del pueblo decidí preguntar a una vieja del lugar si sabía donde estaba la estación de tren.

“Está en aquella dirección....., pero niño, no puedes ir a pie. Está lejísimos. Tienes que coger un autobús”

No estaba yo para explicarle a la buena mujer que no tenía dinero para semejante lujo, así que le di las gracias y le dije que iría corriendo. La cara de la señora no la olvidaré fácilmente. Vi en su cara las cuatro letras que forma la palabra “loco”.

Ahorraré los detalles de cómo tardé 45 minutos en llegar a la estación, de cómo me colé en el tren sin billete, de cómo esquive la presencia del revisor en varias ocasiones, de cómo llegué a mi casa calado hasta los huesos después de que una tromba de agua me cogiera a traición tras salirme del tren, de cómo pude conseguir una llave para poder entrar en mi casa, de cómo tuve que volver a Colmenar en otro tren (esta vez ya con billete) a buscar el coche, de cómo comí a las seis de la tarde....

Y el día no había hecho sino comenzar.... (continuara mañana)

domingo, 3 de junio de 2007

Buscando el rumbo




Nervios. Muchos nervios.

No recuerdo haberme sentido nunca antes tan nervioso en los momentos previos a una carrera. Ni siquiera antes de la primera. Tampoco antes de mi primer maratón o de mi primera media.

Y es que lo de ayer no era una carrera. No tenía las zapatillas de correr en los pies, ni una camiseta, ni un dorsal en el pecho, ni un pantalón. Ni siquiera un cronómetro.

Los pies descalzos, un bañador, unas gafas y un gorro amarillo con el número 43 pintado sobre él.

Delante de mi no había un circuito de asfalto dispuesto a ser pisoteado por cientos de corredores. Tampoco de arena. Delante de mi había un lago de color verde intenso. Infinitamente lejos unas grandes boyas naranjas. Detrás, un montón de espectadores impacientes por observar la salida del triatlón por relevos de la Casa de Campo de Madrid.

“¡¡Uff, que angustia!!”
“¡¡Me gustaría estar a un millón de kilómetros de aquí!!”
“¿Voy a ser capaz de ir nadando hasta aquella boya que está a tomar por c....?”
“¿Por qué dije que sí cuando me preguntaron si me quería apuntar a esto?”
“¿Por qué me apunto a una competición de natación si es un deporte que no practico?. He ido a la piscina cuatro veces en los últimos siete meses y unas diez veces más en los últimos quince años!! ¿¿Estoy gilipollas o que?? ¿Qué cojones hago aquí??”
“¿Se estarán riendo de mi todos estos tipos con sus neoprenos y sus cuerpos de nadadores???”
“AAAaaaaaaaaaaaaargggggggggg, tierra trágame!!!”

En los minutos previos todo el mundo había bromeado con las carpas del lago, con que si el agua estaba sucia y fría.... Personalmente no me daban ningún miedo los animales del lago, ni la temperatura del agua ni nada de eso. Solo me preocupaba el ridículo que podía estar a punto de protagonizar.

Josero, a mi lado, también parecía intranquilo.

La sensación de angustia estaba alcanzando su momento cumbre cuando escuché la bocina que daba comienzo a la prueba.

¡¡MEEEEECCCCCC!!!

Vi como los otros 81 nadadores se tiraron al agua como locos. Esperé un par de segundos, respiré hondo y.... ¡¡¡al agua patos!!!

En el primer contacto con el agua ya me di cuenta de que aquello era lo más parecido a lo que puede sentir un ciego nadando. No se veía absolutamente nada. Ni siquiera veía mi propia mano al entrar en el agua 30 cm delante de mi cara. Notaba las patadas y puñetazos que daba-recibía de otros nadadores, pero no les podía ver.

Sentía todavía bastante angustia en la boca del estómago, así que nadé, nadé, nadé...

Habrían pasado 2 ó 3 minutos cuando levanté la cabeza para tratar de orientarme. Observé con pavor que todo el mundo nadaba en pelotón unos 15 metros a mi izquierda. La boya seguía estando en el infinito.

“Me he salido de la línea, ¡¡lamadrequemeparió!!!”

Desde este momento hasta el final tuve que concentrar todos mis esfuerzos en intentar orientarme, algo casi imposible en aguas abiertas para alguien completamente inexperto en estos “saraos” como yo. Fueron muchas las veces que tuve que variar el rumbo completamente por estar siguiendo una trayectoria equivocada. Una de las veces me desvié tanto del camino correcto que casi dejo una boya a la derecha en lugar de la izquierda. No sé las eses que hice. Muchas.

Después de un tiempo que me pareció una eternidad alcancé, por fin, la primera boya. Allí la ensalada de patadas, puñetazos, golpes y cuerpos entremezclados fue de película. Seríamos 4 ó 5 tíos intentando pasar por el mismo sitio.

Después de pasar por la segunda boya volví a sentir de nuevo la angustia de la salida. Tuve la sensación (casi certeza) de que era el último. Pensé en que todos los demás debían de estar ya fuera del agua y que el público, allí fuera, debía de estar sintiendo lástima por aquel tipo que luchaba torpemente con el agua verdosa.

Justo en ese momento sentí como mi brazo golpeaba el cuerpo de otro participante y sentí un enorme alivio. Levanté la cabeza y vi un gorro amarillo a mi lado. “Uff, al menos queda alguien todavía por aquí”. Con los ánimos renovados volví a la carga buscando la tercera y última boya.

Pasé la última boya y seguí nadando, ya viendo delante de mi la rampa azul de salida. Entonces supe que lo iba a conseguir. Supe que no iba a ser necesario la intervención de los buzos para sacarme del agua.

Al salir del agua por la rampa miré atrás y vi que todavía había bastantes gorros amarillos tratando de alcanzar aquel punto. Me alegré por ello.
Me puse a correr como loco y en los cien metros que me separaban del box de las bicis adelanté a cuatro participantes. Me sentía pletórico. “Corriendo no me ganáis, ¿ehh??”

Al llegar a las bicis vi a Alberto que me hacía gestos con los brazos. Corrí hacia él, le puse el chip en el tobillo y le deseé suerte.

Me senté sobre la alfombre azul observando a otros equipos dándose el relevo. Vi a Josero unos metros más allá.

Y entonces floté. ¡¡Como ha molado esto!!

¿Para cuando el próximo desafío en el agua???