viernes, 23 de mayo de 2008

El reto




Dicen que para poder vivir necesitamos el aire que respiramos, el alimento que nos da sustento, el agua….. la luz del sol…

Pero es que yo, además de todo eso, necesito retos para sobrevivir. Sí. Retos. Y no me refiero a esos retos abstractos que todo ser humano persigue a lo largo de su vida: la felicidad, el amor…. No, no. Me refiero a retos concretos. Retos con una fecha y una hora.

Ya en mis años de estudiante de ingeniería los exámenes eran los retos que mantenían encendida la llama.

Yo las clases no las pisaba. Desde 2º curso hasta 6º la única estancia que pisé de la universidad fue el bar. De las caras de los camareros me sabía cada pequeño detalle, pero las de los profesores no me resultaban ni medianamente familiares.

Allí, entre cervezas, cigarros, copas y naipes transcurrían los meses de invierno sin mayores preocupaciones que las propias de la edad: ¿a que hora he quedado el viernes? ¿me mirara aquella chica al pasar? ¿llegaré a tiempo a la fiesta de biológicas? ¿por qué no han inventado algo definitivo contra las resacas?.....

Pero era, cada año, a la vuelta de Semana Santa, cuando los exámenes de final de curso aparecían en el horizonte augurando una tragedia griega de tintes dramáticos. Y era entonces, cuando un día volvía a casa con el maletero del coche lleno de miles de folios fotocopiados de aquello que mis compañeros llamaban “apuntes” y con varios miles de pesetas menos en los bolsillos (creo que el dueño de aquella tienda de fotocopias aumento el tamaño del local financiando toda la obra gracias a mi arrastrada forma de vida)

El reto viajaba en el maletero de mi coche. Un reto inmenso. Prácticamente imposible de asumir.

Sí. Tenía dos meses para aprobar aquellas asignaturas que mis compañeros llevaban estudiando durante meses, acudiendo a clase cada día, completando su formación con academias privadas… Asignaturas de las que en muchos casos desconocía el mismo nombre o sobre que versaban.

Y sí. Era entonces cuando me despedía de mis amigos como si fuera un soldado que partiera hacia el frente. “Nos vemos en Julio”, les decía.

Y así era. Durante los dos meses y medio posteriores a dicha despedida no hacía otra cosa que no fuera estudiar. Ni cine, ni televisión, ni amigos, ni bares, ni fiestas, ni ….. ni nada. Solamente yo, una biblioteca, mis apuntes fotocopiados y muchas jornadas maratonianas de estudio. Había días que ni desayuno, ni comida ni nada de nada.

Algo completamente obsesivo que en manos de un especialista en las cosas de la cabeza hubiera dado, seguramente, con mis huesos en una de esas habitaciones de paredes blancas y silencios eternos.

Aquella necesidad de aprobar aquellos exámenes no respondía básicamente a todo aquello de labrarse un futuro, ser un hombre de provecho, blablabla…. No. Tenía más que ver con la necesidad de enfrentarme a algo aparentemente imposible de lograr. ¿Cómo iba a ser capaz de estudiarme en dos semanas algo a lo que se suponía que había que dedicarle meses o años? ¿Sería capaz de formar parte del 20% de alumnos que aprobarían la asignatura X sin ni siquiera conocer la situación física del departamento o el careto del catedrático?

Ni que decir tiene que en muchas ocasiones el reto no llegaba a buen puerto y se acababa trasladando para el mes de Septiembre o el año siguiente.

No mucho tiempo después de acabar mis estudios me puse a correr. Y a pesar de no ser capaz de aguantar más de 15 minutos seguidos de trote cochinero ya tenía en la cabeza la idea de acabar algún día un maratón. Tenía la necesidad de cubrir ese hueco que los retos académicos habían dejado en mi espíritu.

¿Necesidad de demostrarme algo a mi mismo? ¿Exteriorización de todas mis inseguridades? Seguro que algo de eso es. Ya le preguntaré a mi psicoanalista…. cuando lo tenga (que espero sea un día no muy lejano en el tiempo)

Y en esas estamos.

¿Qué a que viene todo este rollo patatero que acabo de soltar??

Pues a que mi adicción a ponerme metas difíciles ha dado un paso más allá y esta tarde he encontrado una nueva en el horizonte.

Será en Barcelona. Dentro de 350 días. Medio Ironman Challenger de Barcelona o lo que es lo mismo 1900 metros nadando + 90 kms en bici + 21,1 corriendo.

Todo ello previo paso por el maratón de Donosti antes de que acabe el año (también lo he decidido esta tarde) y donde el reto será bajar de las 3:30.

¿Quién dijo miedo?

YO NO.