martes, 22 de mayo de 2007

Mutación genética




O te mueves o caducas. Pues ya va siendo hora de poner algo en este blog semiabandonado antes de que caduque, ¿no os parece?

Quería hablaros sobre algo que, personalmente, no deja de resultarme curioso y muy sorprendente.

Para ello me voy a remontar unos meses atrás en el tiempo. A mediados de Octubre, varias semanas después del maratón de Berlín, algo raro le sucedió a mi organismo. De alguna manera inexplicable, algunos de los genes que conforman mi ADN mutaron transformándose hasta alcanzar apariencias similares a la que presentan en etiopes y keniatas. Los médicos y científicos que estudiaron mi caso no encontraron explicación razonable a esa mutación genética y acabaron por negar que esta se hubiera producido.

Para salvar su propio prestigio (y por no querer aceptar su propia incompetencia) algunos de ellos pretendieron internarme en un frenopático. La manera en que conseguí escaparme de aquella habitación de paredes blancas es, como diría Michael Ende, otra historia y debe de ser contada en otra ocasión.

Pero a veces, allí donde no llega la ciencia sí lo hacen las máquinas. En este sorprendente caso de mutación genética, que la ciencia no pudo demostrar, fue un simple cronómetro de muñeca quien se encargó de hacerlo.

En aquellos días post-frenopático pulvericé, uno a uno, los records de todos los circuitos habituales que uso para entrenar.

Pero igual que la calabaza de Cenicienta, mutada en preciosa carroza, volvió a su original forma cuando las campanadas dieron las doce, mis genes, pasados unos días recuperaron su aspecto original mezcla de genes gallegos y aragoneses.

Nunca más volví a acercarme, ni de lejos, a aquellos registros. Ni siquiera en diciembre cuando hice mi mejor marca personal en 10K. Ni siquiera en Abril cuando destrocé mi marca en media maratón.

Hasta hace un rato, aquellos tiempos me parecían imposibles de repetirse. Rezaba al dios de los espartanos para que mis genes-calabaza mutaran de nuevo a genes-carrozapreciosa. Pero el dios de los espartanos parecía haberme abandonado. Y mi fe en él amenazaba con la extinción.

Pero esta tarde, un mes exactamente después de correr mapoma, se ha producido de nuevo el milagro. Después de 5 días sin correr y un fin de semana despidiendo la soltería de un amigo en un pueblo de Segovia (bebiendo y fumando hasta perder el control como en los viejos tiempos) esta tarde era de obligado cumplimiento el reencuentro con mis queridas zapatillas.

No era hoy mi intención batir ningún record. Ni tan siquiera era mi intención esforzarme más allá del habitual trote cochinero. Pero en seguida he notado que hoy las piernas volaban sobre los charcos y las piedras del camino. Los conejos y demás alimañas del bosque me miraban, asustados de mi velocidad, desde sus madrigueras y escondrijos.

Mi propia imagen, reflejada en un inmenso charco, me ha mostrado a un keniata de larga zancada y correr fluido. Ni rastro del habitual paquete de los bosques.

Y así, bajo un intenso aguacero, y con una maravillosa sensación sobre mi negra piel, mezcla de agua de lluvia y sudor intenso, he batido uno de aquellos inexpugnables records obtenidos en mi anterior mutación.